Como en el tango de Gardel, este fin de semana he querido volver a Turienzo Castañero, no con la frente marchita (aunque sí más despejada de lo que algún día fue melena). He querido volver al Valentín de 1988, cuando en compañía de Anxo Cabada y el jinete Javier Angla (DEP) cabalgábamos por los caminos del Bierzo, que entonces me dio el gusto de llamar «Vierzo», como escribían nuestros tatarabuelos.
Volví a Turienzo gracias a la amable invitación de la Asociación Clubpopular Área Juvenil, una de las más veteranas y activas de la comarca, que me invitó a compartir su 36ª Fiesta del Botillo, la cual, dicho sea de paso, igual que el Ecce Homo de Matachana, nada tienen que envidiar a los de Bembibre.
El paseo por el pueblo me llevó hasta la fuente del Concejo, rica agua, y fresca y sana, como todo el entorno; recordé a la anciana Matilde, «un poco ida», lavandera arrodillada sobre el cajón de madera, al pie de la reguera; a Vidalina, la chica Marlboro, retratada por Anxo en las páginas del libro El Viaje del Vierzo, que sigue viviendo en el pueblo; y después de mucho preguntar encontré el pajar donde dormimos aquella noche, una noche inolvidable. La casa de Casimiro Martínez Morán, quien nos dio posada y nos despertó con un café recién hecho y una jarra de leche recién ordeñada.
Se me agolparon los recuerdos, los abrazos, las emociones; Pepi, la alcaldesa de Castropodame, resultó ser nieta de Moli, el Molinero, uno de los personajes fascinantes que encontramos en aquel Viaje del Vierzo, bailando feliz con su muñeca hinchable en Matachana; incluso Vanesa, la presidenta de todo el invento, activa y eficaz, nos recordaba hace 34 años -ella entonces, una niña- pasando a caballo por el pueblo; y Paco y Lourdes, en nombre de su hija, que no pudo venir, me hicieron prometer que volvería pronto a Turienzo, a no sé qué bodeguina… ¡Cumpliremos la promesa, Anxo, amigo, cabaleiro, trae tu cámara al hombro y desenfunda!
Por lo demás, la fiesta del botillo fue impecable. Los botillos de Embutidos Bierzo (Prieto López de Cueto, Castilla y León, Spain). El mencía de Hacienda Sael Solar. El servicio de Ponferrada Plaza. Y la música del grupo Nostalgia, que fue sembrando la noche de bailes y canciones.
Para más ventura, me regalaron unos quesos de ceniza de La Chata Quesos, de Matachana, de los de llorar y engordar de alegría. La alegría de estar una vez más en casa, en el Bierzo Alto, donde nacieron mis abuelos Teresa Cubero, de Noceda; y Samuel González Pestaña, de Rodanillo [«De Rodanillo, ni vaca, ni novillo; y si puede ser, tampoco mujer», dijo entre risas Ignacio, el pedáneo de Turienzo].
Y, como hace 34 años, la velada volvió a ser inolvidable en Turienzo Castañero, con nuestro agradecimiento infinito a Casimiro Martínez Morán, que aquella noche de tormenta cerrada, diluvio, en la primavera de 1988, acogió en su casa (bueno, en el pajar…) a tres desconocidos con pinta de etarras o salteadores de caminos, y nos brindó su hospitalidad. Casimiro, y todos los amigos y amigas de Turienzo, cantan con nosotros el tango de Gardel: «Volver…» (que veinte años no es nada, y 34 menos).