Ya solo queda el Papa por opinar sobre lo de Cataluña, pero desde que Rouco no corta el bacalao, ni está ni se le espera. ¡Menos mal que eran unas simples elecciones autonómicas! El Gobierno de Rajoy ha entrado en pánico: después de años de parálisis cerebral, ahora nos cuentan una película de miedo en la que Artur Mas es el capo de la Banda del Alicate, que cortaba los dedos a las viejecitas para robarles el anillo.
Aburridos hasta la saciedad de semi-argumentos políticos, jurídicos o económicos incapaces de mover un milímetro la postura del adversario, ha entrada en campaña la verdadera naturaleza del conflicto: lo emocional. Lo de Cataluña es un pleito de familia con rencillas entre hermanos, agravios y rencores acumulados, y disputas por la herencia de la abuela y la pasta del banco.
Para unos es un divorcio entre iguales: España y Cataluña son un matrimonio mal avenido en el que Cataluña (o una parte muy significativa) quiere separarse por las buenas o por las malas. Para otros, España es la madre de todas las batallas y Cataluña una hija díscola, respondona e insolidaria, que desafía la autoridad paterna y quiere vivir por su cuenta, llevándose las llaves y la escritura del piso sin pagar la hipoteca.
¿Emancipación o divorcio? Tengo mi opinión, como cada cual la suya, pero no es relevante: creo que hay consenso universal sobre el hecho de que estamos ante una ruptura familiar, emocional, en la que sobra la opinión de los vecinos Obama, Merkel o el escocés Cameron, que bastante tienen con arreglar el patio de su casa. Papá Mariano y mamá Soraya, poseídos por el pánico, anuncian el Apocalipsis, como en el año 1000 Beato de Liébana anunciaba la Parusía: el 27S será el acabóse. Amén. [Sin reparar en lo retorcido de la amenaza: Cataluña no puede ser expulsada de la UE siendo parte de España, de modo que mientras España NO reconozca a Cataluña como “otro Estado”, sigue estando dentro sí o sí. No se puede expulsar a una Comunidad Autónoma: en el esquema unitario-familiar, puedes echar a una hija de casa, o puede irse dando un portazo, pero sigue siendo tu hija y sigue llevando tu apellido].
Sea emancipación o divorcio, estamos ante un fracaso compartido de la convivencia familiar: dos millones de catalanes se han desentendido emocionalmente de España, han desconectado para no volver, no se sienten españoles; y millones de españoles sienten rechazo, inducido o no, hacia esa Cataluña que ven egoísta y desobediente. Todo lo que oímos de uno y otro lado son manipulaciones, reproches, acusaciones, amenazas, insultos: no será fácil volver a sentarse juntos a la mesa en Nochebuena.
Los asuntos de familia se resuelven con respeto mutuo, sin invadir la vida del hijo o del hermano que ha crecido y toma decisiones propias. Las personas y los pueblos crecen, maduran, se emancipan y ejercen el derecho a autodeterminar sus vidas. Podrá discutirse la herencia y quién paga los platos rotos, pero ningún autoritarismo patriarcal puede obligarnos a vivir bajo el mismo techo tóxico. Patria, nación, Estado han de ser un proyecto sugestivo de vida en común. Cuando faltan el cariño, el respeto a la vida del otro y un proyecto común, la convivencia se convierte en una cárcel para la esposa maltratada o la hija rebelde, un infierno del que conviene irse cuanto antes.
@ValentinCarrera