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Estimada doña Cristina Cifuentes: Es usted, y lo sabe perfectamente, el último cadáver en el cementerio político del gran enterrador del PP, don Mariano Rajoy, el registrador de corcho que llevará a su partido a la antesala de la disolución. Son muchos, cada día más, los que se bajan de ese barco a la deriva, y entre los que se quedan —por convicción, por lealtad o por el sueldo— no he escuchado a ninguno salir en su defensa, y le voy a explicar por qué.

No le voy a contar cómo hice mi tesis doctoral o mis másteres —más o menos como cualquier alumno, con mucho esfuerzo y sacrificio—; solo voy a evocar en esta tribuna un recuerdo dulce, de cuando mi hija Sandra tenía un año y ya apuntaba maneras. Sentado ante mi ordenador, cogía a la niña en brazos, le colocaba delante un teclado igual al mío, y los dos pasábamos muchos ratos reconstruyendo la memoria audiovisual.

Esto era en 1999, pero en mi humilde casa ya tenía correo electrónico —existe desde 1971, aunque quizás usted no lo sepa—; resumiendo: leí la tesis como un acontecimiento, vinieron mis padres a Salamanca, las niñas crecieron, pasaron casi veinte años y hace un par de meses se me ocurrió poner la tesis en Internet, fíjese usted qué tontería. El servicio de Doctorado de la Universidad de Salamanca (gracias por vuestra eficacia) tardó apenas 48 h. en subir la tesis a las webs GRECO y Dialnet, donde la encontrará. Esto es lo normal. Usted y todo lo que nos ha contado son lo anormal: la mentira compulsiva de un cadáver político mal enterrado.

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