Alberto Núñez Feijóo tiene muchas probabilidades de ganar las próximas elecciones gallegas y ser Presidente de la Xunta de Galicia por tercera vez, hasta que la caída de Rajoy, que algún día ocurrirá, le llame a más altos destinos.
Ello es así por dos razones: una, la tramposa y desproporcionada ley electoral; y dos, la incapacidad crónica de las izquierdas para entender cómo funciona el invento. La derecha lo tiene muy claro. Competir con esta ley electoral es como ir dopado a las Olimpiadas. No hace falta meterse otras drogas (prensa adicta, dinero negro, fondos de reptiles). Bastan la ley electoral y la división de la izquierda para torcer la voluntad popular.
En las elecciones gallegas de octubre de 2012, estos fueron los resultados:
Supongamos, con los mismos votos emitidos, que PSOE, BNG y AGE (“as esquerdas galegas”) hubieran tenido cierta inteligencia emocional, digo electoral, y hubieran concurrido juntas:
Analizando los restos, con los datos de 2012: en A Coruña el PP hubiera perdido un escaño y habría empate derecha/izquierda; el PP hubiera necesitado 19.521 votos más para conseguir el escaño trece. En Lugo el PP hubiera perdido otro escaño y habría necesitado 3.941 votos más para conseguirlo. En Ourense no se altera el resultado, Baltar resiste rocoso: la inédita coalición de esquerdas necesitaría cinco mil votos más para conseguir el séptimo improbable escaño. En Pontevedra la izquierda da la vuelta al marcador: sus 22.000 votos más hubieran tenido el reflejo parlamentario hurtado por la ley electoral; el PP habría necesitado tres mil votos más para alcanzar el undécimo escaño que le regaló d´Hondt.
El resultado final es un empate técnico, favorable al PP, que obtendría por los pelos la mayoría absoluta. Pero la ley electoral juega a favor de Feijóo: en 2012 –con 128.000 votos menos que en 2009-, la derecha unida ganó a las izquierdas divididas por 14.233 votos. ¿Cuál sería el efecto llamada, movilizador, entre tanto votante de izquierdas desencantado, ante una coalición que se antoja imposible? En todo caso, hay tres escaños “absolutos” que las izquierdas regalan a la derecha, envueltos en el celofán de la ley electoral.
El mareo del CIS
Veamos ahora la situación es 2916, con partidos nuevos como Ciudadanos y la confluencia En Marea, que suma a Podemos ampliando el espacio anterior de AGE. También hay cansancio o hartazgo popular, tras cuatro años de crisis persistente y un escenario estatal endiablado.
Jugando con los tiempos, su deporte favorito, Rajoy está a punto de quemarse: su paseo militar, al paso de la oca con el que hace senderismo en Armenteira o en Siberia, se ha convertido en meta política de alto voltaje. Rajoy ha cargado sobre la espalda de Feijóo todo el peso del Estado Soy Yo.
Es el cuento de la lechera, versión plasma: si Feijóo arrasa en Galicia, “los números dan”, los gallegos llevan a Rajoy en andas desde Compostela hasta el Congreso de los Diputados. Podría ocurrir; pero si la lechera del PP tropieza y rompe el cántaro (a Feijóo solo le valen 38 escaños y los tiene bailando, “los números también dan”), Rajoy tendrá que rendir La Moncloa, porque nuevas alianzas se abrirán paso hacia Madrid desde Galicia y Euzkadi.
En esto viene la cocina del CIS a sembrar el caos: con más de setencientos mil indecisos, toda predicción es azar; pero se hurta el dato principal: de los 75 escaños, 71 ya tienen nombre y apellidos; la pelea estará en los restos, es decir más en manos del señor d´Hondt que de los gallegos.
En A Coruña (por efecto del censo suma el diputado que pierde Lugo), el PP tuvo en 2012 el 50,2% y 13 escaños: ahora con un 45,5% de voto estimado, el CIS mantiene los 13 del PP y adjudica el escaño nuevo a la izquierda (recordemos que en 2012 el resto era muy alto: el PP hubiera necesitado casi 20.000 votos más). El empate técnico 12/12 está cantado y el escaño 25 estará colgando hasta el final del escrutinio. Feijóo lo sabe.
Lugo puede ser la tumba del Feijóo: el diputado que suprime el censo, sale de la cuenta del PP en Lugo restando y entra en la cuenta de las izquierdas en A Coruña sumando. La proyección del CIS (9 escaños al PP con 51% de voto estimado, cuatro puntos menos que en 2012) huele a plato precocinado. Lugo es una plaza fuerte de socialistas, y En Mareas dará la sorpresa. El lucense Luis Villares lo sabe.
En Ourense, con 5% menos de intención de voto al PP, el CIS también le sube la estimación de escaños (9-8), que más bien debiera corregirse a 8-7, considerando que en 2012 el último escaño fue del PSOE y el PP hubiera necesitado 7600 votos para conseguirlo. La estimación del CIS no es creíble. Baltar lo sabe.
Por último, en Pontevedra la cocina apesta a quemado: en 2012 el PP tuvo un 47,4% de votos; ahora el voto estimado es del 39,8, casi ocho puntos menos, y el CIS recalcula que el PP perdería un escaño: como antes vimos, en la provincia de Pontevedra las izquierdas superan claramente al PP, que podría dejarse dos escaños (de los 11 actuales sacaría 9 en vez de los 10 que estima el CIS). Abel Caballero lo sabe.
En el global de Galicia, el PP tuvo en 2012 el 45,79% de votos que ahora el CIS rebaja al 44,9% (con voto directo del 30,2%): bajar en intención de voto y mantenerse en escaños es un misterio. Descontando la cocina del CIS, la pesadilla de Rajoy podría ser así (entre paréntesis los datos del 2012):
La diferencia con el 2012 es mínima (como dijimos, hay 71 escaños que ya tienen nombre) y pasar de 41 a 37 solo requiere de cuatro bolitas que cambian de casilla: una en Ourense, una en Pontevedra, una en Lugo, y la que salta de Lugo restando y entra en A Coruña sumando. Los números dan.
Pero la presión será tremenda: las cuentas de la lechera de Rajoy, su frivolidad jugando con los tiempos, y su garbo para descargar su responsabilidad en otros (esta vez en las espaldas de Feijóo), ponen a Galicia, con Euzkadi, en la tesitura de votar el desenlace de la investidura estatal. El 26 de septiembre, los electores gallegos y vascos, además de elegir a sus presidentes, podrán votar en la misma papeleta un SÍ o un NO al cántaro de leche que lleva al hombro la niña de Rajoy. Yo no haría apuestas.
Ilustración: Cámara cívica.
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