[…] Un armario lleno de sombra es la conversación de Antonio con el niño que crece en la pobreza, que vive con su madre viuda en un cuarto realquilado, entre fantasmas de posguerra, que espía a su abuela con la bacinilla, que jugando encuentra cadáveres de paseados; o es manoseado por el padre Gregorio, cuyo fétido aliento aún huele entre las rejas del confesionario.
El relato —tal vez autobiografía, por completo ajeno a la ficción— atrapa al lector desde la primera escena, cuando el adulto se atreve a abrir el armario de su madre y se enfrenta a las sombras del pasado con honestidad: “Soy consciente de que el relato puede llevar consigo deformaciones; pero hay en esta escritura algo concluyente: mi relato es el único posible; los hechos están en mí de la manera que digo, ya no están en nadie más y, de esta manera y con este valor, son parte de mi vida”.
La vida de Toñín, cuya memoria recuerda así los gritos de una viuda loca que vivía encima de la tahona frontera a su casa: “En mi cerebro se pronuncian cuchilladas amarillas. Los gritos eran y son amarillos. Sucede. No sé por qué”.
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