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Blog de agosto (2).

La cita era un jueves cualquiera a la hora de los recitales de música y poesía: Luisa y Cuco Pérez. “¿De verdad no los conoces —me preguntó Miguel Varela con incredulidad—. Cuco es el acordeonista de Amancio Prada”. Mi despiste sideral, elevado al cuadrado de la ignorancia, daba la fórmula perfecta para la sorpresa.

Cuco, el acordeonista de Amancio Prada, de Mestre y Antonio Pereira, de Joaquín Sabina o de María Dolores Pradera, el músico de Celtas Cortos, Radio Tarifa, La Musgaña…; y su hermana Luisa Pérez, cantante y actriz, Luisa canta a Ángel González: dos talentos que llegaron aquella tarde de un jueves cualquiera a Ponferrada, a contar y cantar el “Cancionero popular de los refugiados españoles en los campos de concentración franceses (1939-1942)”.

A medida que desgranan el cancionero de los republicanos, sube la temperatura emocional de la escena y el espectador se mete en la piel y en los zapatos raídos de los exiliados, como la madre, tíos y abuelos maternos de Luisa y Cuco, que cruzaron la frontera en 1939 como miles de españoles durante La Retirada, como Antonio Machado, que ya nunca volvió.

Los terribles episodios escapando de una muerte segura ante el avance del fascismo son conocidos —o para ser exactos, han sido bastante ignorados—: niños descalzos cruzando la frontera sobre la nieve, la separación de familias o el Hipódromo, lugar de castigo entre alambradas, pero yo no había tenido nunca ocasión de poner hilo musical a aquella terrible Retirada. Luisa y Cuco recrean la historia a través de un viaje con su madre por los campamentos de refugiados, como el de Argelès-sur-Mer, que recuerdan a los que hoy encierran y entierran a miles de sirios en la antesala de Europa.

Con música de tango, Arrabal Amargo, copla, Me llaman el refugiao, o popular, La Cucaracha, el Cancionero de los refugiados reconstruido con sensibilidad y esperanza por Luisa y Cuco Pérez da voz a los republicanos que, como su abuelo, el maestro Cesáreo de la Cruz, lo eran todo: “Masón, ateo, rotario, socialista, comunista, hombre de alma baja y ruin, mal bicho”.

Escuchando el cancionero de los refugiados de 1939, hacinados a culatazos tras las alambradas, pienso cuánto nos queda aún por hacer en la batalla por la igualdad, la libertad y la fraternidad, mientras en esta tarde de agosto —¡Ochenta años después!— el Open Arms da vueltas por el Mediterráneo sin encontrar un puerto seguro donde poner a salvo a los nuevos refugiados de 2019: “Alé, alé, reculé”.

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