Edimburgo, 19-IX.- Si el líder del independentismo escocés, Alex Salmond, cumple su palabra, la independencia de Escocia deberá esperar una nueva generación. Quince o veinte años de lenta maduración del whisky independentista en barricas de roble gaélico; quince años o tres siglos más en el seno del Reino Unido. Pero si Cameron cumple a su vez la palabra prometida, Escocia dio ayer un paso de gigante que la acerca, como Estado en redefinición, a un régimen prácticamente federal. Está por ver si Cameron, en apuros, se ha ahorcado él solo prometiendo más de la cuenta, como le pasó a Zapatero.
La noche fue lenta y tranquila. Los datos ya los conoce el lector: la realidad es terca y asertiva. Han acertado las encuestas; han ganado los unionistas (54%) y han perdido los independentistas (45,6%), resultado ajustado, pero claro; récord de participación histórica, superior al 84%. Ha ganado Glasgow y ha perdido Edimburgo y podríamos hacer así lecturas añadidas, pero quiero poner el énfasis en que ha ganado un país de cinco millones y medio de habitantes entre los que hay de todo: chilenos, argentinos, polacos, gallegos… «es un país hospitalario y acogedor».
Se han escrito más de siete millones de tuits durante la larga campaña, hablando, opinando, discutiendo, a favor o en contra de la independencia de Escocia; más del 90% de la población se inscribió voluntariamente, «apuntada» para votar, en un acto que requiere un pequeño esfuerzo, una mínima decisión, un compromiso con el país.
El caso escocés se estudiará en todas las facultades de Derecho Político y Constitucional como lo que ha sido, un proceso histórico, o mejor, como lo que está siendo: un ejercicio democrático en profundidad. Un dirigente de los Verdes escoceses me explicaba hace unos minutos por qué este referéndum es tan importante para ellos, para los ecologistas radicales de Escocia, antinucleares beligerantes: «Desde los tiempos de Margaret Tatcher, que dejó la política británica arrasada, en este país no se hablaba de política libremente. La sociedad escocesa ha recuperado su libertad para hablar sin miedo de sus problemas, para decidir lo que queremos y cómo lo queremos».
La campaña ha durado hasta el último minuto, con pasión pera con mucha normalidad; si ha habido algún incidente aislado, ha sido muy escaso; lo cierto es que el tono de la ciudadanía en la calle ha sido cordial y afable, activistas del SI y del NO coincidiendo en paradas de bus o a la puerta de la catedral sin acritud: eso sí, disputándose cada peatón, cada coche que pasa, incansables gritando cada cual sus consignas.
Se diría que mediante el debate y el voto, Escocia ha tomado las riendas de su destino. Cientos de independentistas, nacionalistas o no, llegados desde Tibet, Papúa, mapuches desde Chile, Quebec, gallegos y sobre todo cientos de catalanes han venido hasta Edimburgo para ser testigos de esta votación que a casi todos ellos les niegan sus respectivos gobiernos centrales o como quiera que se llaman en cada sitio. Han venido a aprender a la escuela democrática escocesa: algunos también tendrán que esperar una generación; otros, trescientos años más. Escocia, que empieza hoy lo mejor del resto de su vida, les da ejemplo en esta jornada histórica y enseña el camino a las nuevas generaciones. Espero contarles el final de la historia en el año 2034 y que ustedes la lean con salud.
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Foto: Carmen Rosa Carracedo