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El cielo de Edimburgo ha amanecido grisáceo y lluvioso, galaico-escocés, más sereno que algunas portadas de los periódicos sensacionalistas que calientan vísperas con titulares llenos de batallas, guerra, acosos y denuncias de última hora, como la acusación a Salmond de haber intentado silenciar a una notable rectora de universidad. Más comedido, The Guardian afirma en portada que gracias al intenso debate de estos meses, Escocia ha ganado en claridad y en ejercicio de la democracia, impresión que comparto.

A medida que se acerca el polling day o día de la votación, a través del griterío se abre paso una sensación: esto va en serio, a pesar de los riesgos y de las amenazas desde Londres, Madrid o Bruselas. No es una sensación que perciba el periodista fijándose mucho, sino que está en la calle, en la gente, en el ambiente, en cada detalle.

En primer lugar, la normalidad: el Referéndum escocés es algo normal, que la sociedad percibe con naturalidad democrática, muchos con vehemencia, otros escépticos o preocupados, pero sin que el hecho mismo de poder votar sea «un problema».

En segundo lugar, admira el rigor del proceso, la minuciosidad del reglamento, la transparencia y claridad de la información previa. Este cronista ha cubierto elecciones en España en los últimos treinta años y nunca recibió los dossiers, las facilidades, las pautas modélicas que aquí dispone para los medios el Count Collation Centre. En la víspera del Día D, comparto algunos datos de interés para quienes quieran seguir de cerca el proceso escocés. El rotundo proceso escocés.

Toda la no improvisación y consistencia deriva de la Scottish Independence Referéndum Act 2013, de 17 de diciembre de 2013 [descargable aquí]. El manual elaborado por la Comisión Electoral detalla cada aspecto de la campaña, la votación y el recuento, incluyendo los límites de gasto de cada partido y los sistemas de control, todo ello a lo largo de un periodo de nueve meses. Nosotros también lo hacemos, pero créanme, sin ánimo derrotista, no es lo mismo. Todo está previsto, medido, calculado… excepto el resultado y, por cierto, son muchas las cautelas de la normativa para garantizar el secreto del voto. Si observo el «acarreo» de paisanos, tan habitual en las parroquias del rural gallego, se lo contaré, pero va a ser que no.

El resultado, con el desayuno

La votación en los 32 condados de Escocia se abre a las 7 de la mañana y se cierra a las 10 de la noche: cuatro horas más las urnas abiertas que nosotros, pensando en conciliación de horarios, turnos y, sobre todo, en dar facilidades para que los ciudadanos voten: las encuestas preven más de un 80% de participación. También votan los mayores de 16 años, cosa que a mi hija Sandra, que los cumpliría a tiempo para votar en Cataluña si fuera el caso, le parece «estupendo» y a mí me parece muy razonable: jóvenes que pueden trabajar, casarse, abortar o tener permiso de armas, deben también poder votar sobre algo que afecta a su futuro más que al nuestro.
De modo que, incluyendo a los estudiantes, mañana podrán votar más de cuatro millones de escoceses, durante 15 horas y tras una larga, intensa y apasionada campaña que, desde el 30 de mayo, ha movilizado a toda la sociedad. Se parece bastante a la democracia.

Los resultados se proclaman de abajo arriba: la autoridad de cada condado, los suyos; y solo cuando las 32 autoridades lo han anunciado, el Chief Counting Officer hace la Declaración final; no hay un ministro del Interior al aparato. Por esta razón, los resultados oficiales no se sabrán el jueves, sino el viernes 19, «around breakfast time». El viernes toda Europa hará un desayuno escocés, unos con whisky, otros solo con malta.
Para seguir la noche electoral en Twitter, el Count Collation Centre usará el hastag #ScotDeclaration, que en España puede complementarse con #Escocia, y la cuenta @ScotRef2014, que ya estamos siguiendo en @Tornarratos. Por último, los datos estarán en la web scottlandreferendum.info. Todo bastante claro e intuitivo, sencillo y normal.

Bina entra en acción
Con esa misma naturalidad, y sin aspavientos, me acoge la entusiasta más entusiasta del «SÍ», la activista Bina: «Mi casa no tiene pérdida: es la que luce colgada la pancarta del YES más grande de Edimburgo». Voy a ocupar la última jornada en pegar carteles y repartir pegatinas, y asistir con Bina hacia a las 19 h. a un gran mitín-fiesta final. Pero su pasión no me cambia el paso; presto oídos a otros amigos escoceses como el artista Lyn Ahrens y el periodista Ruaridh Arrow (Newsnight, BBC2); ambos han meditado muy mucho su voto, que ya tienen decidido.

No parece que ningún escocés se tome esto con frivolidad, sino con serenidad y madurez democrática tal que ha de sugerirse al señor ese tan serio con apellido aristocrático que promueve la Marca España, que patrocine un charter de políticos locales a Escocia, a ver si se les pega algo de esta normalidad que hace más, mucho más, por la Marca Escocia en el mundo que las amenazas excluyentes de Barroso (pero este señor, ¿no se había ido ya?) o, en lo que nos toca, la foto de Artur Mas esposado, puesto a disposición del juez por una pareja de la Guardia Civil, ¡portada mundial!

O podríamos hacer a la inversa: ante la probada inutilidad de «los nuestros», traernos un Cameron y un Salmond y dejar que acuerden una «Cataluña Act 2014». Y si no cabe en la Constitución, yo me pido para mi país una constitución nueva, que voten los mayores de 16 años y la grandeza del Parlamento de Westminster.

@ValentinCarrera