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Scottish Tornarratos IX

“Los referéndums tienen siempre más complejidad de la que aparentan”, afirma en su blog Manuel Conthe. La pregunta nunca es neutra y una respuesta simple (sí o no) a una cuestión compleja es siempre engañosa. A pesar de estas limitaciones, este cronista aplaude la democracia ateniense y el plebiscito diario, con referéndums vecinales y conyugales siempre que la importancia del asunto o el color de las cortinas lo demanden. Pero comprendo la alergia general de los gobernantes a consultar al populacho, ignorante y desinformado sobre cuestiones que ya están resueltas en la Constitución por los Padres de la Patria. Lo comprendo porque los referéndums los carga el diablo: se sabe dónde empieza pero nunca dónde se termina.

Citas electorales en 2015

Ya se ha repetido: lo de Escocia está empezando, el volcán apenas ha entrado en erupción. En palabras de Marcelo Suárez, uruguayo residente en Escocia, “el mapa político ya comenzó a cambiar”.

Sobre la mesa, las exigencias a Cameron y Miliband de cumplir las patéticas promesas de última hora (léase nuevas concesiones y más autonomía); bajo la mesa, Salmond firma el brasero.

Un nuevo movimiento, “We are The 45%”, ha tomado ya el relevo a la campaña del “YES” y la partida se juega a plazo muy corto: en mayo de 2015 habrá elecciones en el Reino Unido de modo que mientras nosotros cambiamos a los alcaldes del PP por los de Podemos, ellos podrían cambiar al conservador Cameron por el laborista Miliband… o por el populista Nigel Farage.

En mayo de 2015 también tocan comicios regionales en Escocia, donde el SNP de Salmond podría revalidar y mejorar la mayoría absoluta de 2011: si hace cuatro años tuvo 902.000 votos y la semana pasada 1.600.000, parece que el viento sopla a su favor.

Compliquemos el puzzle: la irrupción en las recientes elecciones europeas de una fuerza antieuropea, el UKIP, primer partido por delante de los dos grandes (como si aquí VOX hubiera superado a PP y PSOE), plantea otro escenario, el posible referéndum en 2017 sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, en el que Cameron está atrapado por la poderosa ala antieuropea de su propio partido.

Y en mi humilde opinión ésta es la baza que jugará Salmond desde Edimburgo: uno, como en seis meses Cameron no podrá cumplir sus promesas, y ya se encargará el SNP de tensar la cuerda, cargarse de razón y de votos; dos, dejar que Cameron se desmorone mientras sube el UKIP y aumentan en Inglaterra los antieuropeos; y tres, proclamar una Escocia antes europea que británica. ¿Podría Bruselas negarse a este envite si en 2017 Londres le da un corte de mangas?

A diferencia –una más– del caso catalán, aquí no cabe la excusa de que “serán expulsados de Europa”; es al revés: históricamente, el Reino Unido ha sido el país más recalcitrante en la construcción de la Unión Europea, a la que solo pertenece parcialmente, a su modo y manera (sin euro, sin Schengen, etc.); pero dentro del Reino Unido, como bien recuerda Michael Keating en La independencia de Escocia, el reino escocés ha sido y es decididamente europeísta.

Cuanto más suban los euroescépticos y más se desmoronen conservadores y laboristas, más cerca estará Salmond de su objetivo final: proclamar su independencia y su distancia respecto de una masa británica (y específicamente inglesa) antieuropea, ensimismada, autista. Como dice el antes citado Conthe, “entre una Escocia europea y una Escocia solo británica, yo me inclinaría sin dudar por la primera”.

No es que quieran irse –“me parte el corazón”, lloriqueó Cameron en el mitin de Aberdeen–, es que los echan.

@ValentinCarrera
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We are The 45%