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—Objetivo 2030 de la ONU: Promover la inclusión social, económica y política de todas las personas, con independencia de su edad, sexo, raza, etnia, origen o religión, etc.
—Si las cosas siguen «como de costumbre» —dice la ONU—, el 1% más rico del mundo poseerá el 39% de la riqueza para 2050
—El 10 por ciento más rico de la población se queda hasta con el 40 por ciento del ingreso mundial

Están escritas con mayúsculas en el ADN de la democracia, de las sociedades avanzadas (o que se dicen avanzadas), y en los miles de proclamas y declaraciones más o menos solemnes que se repiten cada cierto tiempo en todos los foros locales o internacionales, pero se nos olvidan con demasiada frecuencia, las tres palabras tótem de la Revolución Francesa: Liberté, Egalité, Fraternité.

De la libertad solo cabe hablar como del oxígeno: la necesitamos para respirar, sin libertad no somos nada ni nadie, ni siquiera podríamos considerarnos seres humanos plenos, porque la libertad, tantas veces aniquilada, es consustancial a la persona y a su dignidad. Es la columna vertebral de la cadena molecular de nuestro ADN. La libertad: Marianne guiando al pueblo en el célebre óleo de Delacroix.

Luego, no a renglón seguido sino en el mismo renglón, están la Igualdad y la Fraternidad, que son, con suaves matices franciscanos, una misma cosa, la aventura política más difícil desde que las sociedades humanas decidieron articular su convivencia: todos iguales ante la ley, iguales en derechos y deberes, iguales en privilegios y obligaciones, iguales en felicidad.

Si nacemos iguales y desnudos, aunque sea en distintas cunas, ¿cómo llegamos al estado de cosas caótico e injusto encarnado en la desigualdad? La pregunta es un tópico filosófico al que ya Rousseau dio respuesta en 1754, en un ensayo “escrito contra la raza humana”, dijo Voltaire, quien rompió por esta causa su amistad con Rousseau. El magnífico episodio ha sido llevado a la escena en fecha reciente por el inmenso actor José María Flotats: “Voltaire/Rousseau – La disputa”, con texto de Jean-François Prévand. Les recomiendo ver la obra y su reflexión sobre la desigualdad.

Sin embargo, a despecho de la ley natural, la igualdad sigue estando en el mundo de las ideas platónicas y lo que habita entre nosotros es la desigualdad, encarnada en los pobres de cada esquina, aceptada por sectas políticas o religiosas que bendicen el statu quo como la opción mejor, o la menos mala, o la inevitable. Proclamando con desfachatez la igualdad platónica, una sombra fantasmagórica para los condenados a la oscuridad en el fondo de la caverna, los ricos y poderosos naturalizan en cambio la desigualdad real.

Dos siglos después de la Revolución Francesa, los ODS de la ONU recuperan la igualdad y la reducción de la desigualdad como ejes de su agenda, la Agenda 2030.

El ODS 10 es reducir la desigualdad, las desigualdades: “El 10 por ciento más rico de la población —dice la ONU— se queda hasta con el 40 por ciento del ingreso mundial total, mientras que el 10 por ciento más pobre obtiene solo entre el 2 y el 7 por ciento del ingreso total”.

La Lista Forbes podría ser el termómetro que mide la injusticia y la hipocresía mundial ante la desigualdad. Supongo que seremos tachados de radicales (pues sí, vayamos a la raíz de los asuntos) si propugnamos Delenda est Lista Forbes, pero los todopoderosos tíos Gilito que forman parte del problema de la desigualdad, no pueden ser nunca parte de la solución igualitaria.

Este año 2019, hay en el mundo 2.153 millonarios que tienen más de 1.000 millones de dólares en su patrimonio. No ha lugar a la discusión acerca de su origen, justo o injusto, da igual: la acumulación de riqueza con tal desmesura es siempre injusta y se hace siempre a expensas de otros, los menos desfavorecidos. La riqueza, como la energía, por decirlo en palabras de Einstein, no crece ni decrece, cambia de manos, pero desgraciadamente solo en una dirección. Una parte de los ingresos de Amancio Ortega, por citar como paradigma al filántropo multimillonario dueño de Inditex-Zara, una parte nos pertenece a usted y a mí, porque no hay sistema económico justo que permita honradamente acumular tal patrimonio. Sencillamente no lo hay; al menos no está al alcance de los que permanecen a oscuras en el fondo de la caverna de la desigualdad.

La desigualdad de patrimonios, fortunas, sueldos, ingresos, yates, inmobiliarias y paraísos fiscales cala horizontalmente una sociedad indefensa y desvalida, que come las migajas del festín: “La desigualdad económica es impulsada en gran medida por la propiedad desigual del capital —dice la ONU—. Desde 1980, se produjeron grandes transferencias de la riqueza pública a la privada en casi todos los países”.

Del ingreso total, o de la riqueza global del mundo, el 1% de la población percibió un 22% de esa riqueza. Y la mitad de la población se repartió un 10% de ese ingreso total. Esto es la desigualdad, nacida del robo y el saqueo —por ejemplo, colonial, entre pueblos, naciones, países y aún continentes—, criada por la injusticia y madurada por la insolidaridad y el egoísmo. “Y si las cosas siguen «como de costumbre» —dice la ONU—, el 1% más rico del mundo alcanzará el 39% de la riqueza para 2050”.

La cuestión no es que no exista suficiente riqueza: está mal repartida, como tampoco es cierto que no haya alimentos para dar de comer a toda la población que habita por igual sobre la Tierra, y cuyo derecho es el mismo que el del más acaudalado de los tíos Gilitos Forbes. Lee en los labios de los encadenados en el fondo de la caverna: “¡Es la desigualdad, estúpido!”.

Enlaces de interés:
Web de la ONU sobre los ODS.
Alto Comisionado de España para la Agenda 2030.
Voltaire – Rousseau: la disputa.