Supongo que hay muchas maneras de abordar un texto clásico, ya sea una comedia de Aristófanes o un entremés de Cervantes; pero convendréis conmigo en que podemos reducirlas a dos: hacer (más o menos) lo de siempre o innovar, arriesgar, crear.
Hacer lo de siempre tiene sus ventajas: el público aplaude su propio imaginario colectivo; el público quiere ver al cantante Raphael una y otra vez haciendo de sí mismo en «Yo soy aquel». Innovar el repertorio es un riesgo.
En nuestro teatro berciano, durnate años hemos tenido versiones de «El Señor de Bembibre», en especial las de el grupo Conde Gatón, que muchas veces he alabado y felicitado: nadie les disputa el mérito de haber creado todo un imaginario templario berciano, lleno de emociones y afectos. Sin embargo, no merece menos atención y aplauso el trabajo de un grupo como Fabularia Teatro, que aborda el clásico romántico rompiendo todos los cánones. Lo diré pronto: la versión de «El Señor de Bembibre» estrenada el pasado 20 de febrero en el Teatro Bergidum de Ponferrada es fabulosa, deslumbrante.
Raúl Gómez y Trinidad Osorio trabajan en la zona de riesgo: presentar a don Álvaro y doña Beatriz casi como dos personajes de «La novia cadáver» (Tim Burton) o de «La cantante calva» (Ionesco). Dos espectros que se aman a través de la eternidad. La selección de textos de Enrique Gil hilvana (con algunos saltos en la trama que convendría revisar) un diálogo sobre el amor romántico de dos cadáveres enamorados.
Un diálogo a través de objetos animados, con divertidas perlas de humor negro, con música de Albert Pla y Amancio Prada (extraña cuanto acertada conjunción); con guiños cinematográficos (el caballo de don Álvaro se transforma en la bicicleta espacial de E.T.). Un gozo.
A mi lado, en el estreno, estaba Jaime Gil, sobrino bisnieto de don Enrique Gil y Carrasco. Al finalizar la representación me estrechó la mano con un sencillo: «¡Extraordinario!, mientras algunos espectadores huían de la sala escandalizados…
Es la opinión que aquí comparto, con mi enhorabuena a Trinidad Osorio y Raúl Gómez por su talento y libertad creativa; y a Miguel Varela por su valentía al programar vanguardia. Necesitamos como el oxígeno que la cultura berciana cadavérica, salga de una vez por todas de la zona de confort.
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