Mañana se sienta en el banquillo de la Audiencia de Palma la soberbia. La soberbia de una infanta de España que aún no ha pedido disculpas a los ciudadanos de este país, del que pretende y mantiene no sé qué derechos a la sucesión en el trono.
Cristina de Borbón no ha sido condenada y le asiste, como a Urdangarín, Matas y al resto de la pandilla, la presunción de inocencia. Los periodistas no dictamos condenas penales: dejemos que los jueces hagan su trabajo; pero a los ciudadanos nos asiste el derecho a que no se nos tome el pelo y se insulte nuestro sentido común.
La infanta Cristina y su marido, y la Casa Real que amparó sus negocios, han incurrido en conductas poco ejemplares, indignas: han abusado de su título, posición y condición, abrevando en las ubres del dinero público, de nuestros impuestos que tanto nos cuesta pagar. No les llegaban sus asignaciones en los presupuestos del Estado, sus puestazos en La Caixa o Telefónica y todos los demás tratos de favor: su soberbia era insaciable, y sigue siéndolo porque no se les ha escuchado una sola disculpa ante los ciudadanos.
La infanta Cristina ha hecho más daño a la monarquía ella solita que miles de republicanos con la bandera tricolor. Lean el Auto de procesamiento dictado por el juez Castro: lo he desmenuzado en mi libro “1001 tuits por amor” (eBooksBierzo/Amazon). Abran cualquier página al azar: un saqueo continuado, una mentira tras otra, una burla a la decencia. Lo afirman el juez instructor, el fiscal, la audiencia que confirmó el procesamiento, cientos de pruebas y testigos, y miles de evidencias del latrocinio.
Mañana se sienta en el banquillo de la Justicia la soberbia de Cristina de Borbón y con ella todo el tinglado institucional que amparó sus malos pasos, empezando por su real padre. ¡Y aún dirán que los republicanos somos radicales!
La Nueva Crónica, 10 de enero de 2016.
Romance de la Infanta
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