Scottish Tornarratos (II)
¡Vaya orgía de descalificativos y qué empacho de generalidades y lugares comunes a propósito de la Diada! Ya citamos aquí que al pulso escocés y al desafío catalán le faltan neuronas y le sobra testosterona (Mas dixit). Por momentos el debate se oscurece y llega a un punto en que ya nadie sabe de qué estamos hablando, como aquellos pueblos vecinos que llevaban tantos siglos de enemistad que no recordaban por qué seguían en guerra.
Les propongo que suprimamos del debate el término ‘independencia’. Como otras muchas palabras gastadas –volveremos sobre esta cuestión–, ‘independencia’ es un significante vacío, carente de contenido, que recuerda a la cabecera del periódico más drogodependiente del IBEX35, que se proclama a sí mismo “diario independiente de la mañana”. ¿Y por la tarde?
No sé si les queda algún lector ingenuo que se crea esa milonga, pero hablar de ‘independencia’ en periodismo y en política es como creer en serafines y querubines. No sabemos si Escocia, Quebec, Cataluña y la República Saharaui llegarán algún día a ser ‘independientes’; pero sabemos que España no lo es, como ningún otro país, a excepción de los tres que mandan –EEUU, Rusia y China–, y aún entre ellos tienen relaciones de dependencia profunda y se realimentan mutuamente.
España, como otros 190 Estados con silla en la ONU, no tiene independencia económica (ni siquiera tenemos moneda propia ni capacidad de decidir nuestro déficit ni las políticas sectoriales, de la pesca al vino pasando por el naval o la minería, etc.), tampoco tenemos independencia financiera, como bien sabe Mr. Draghi. Nuestra constitución financiera se llama MoU, Memorándum of Understanding.
España carece de independencia energética; basta mirarse en el espejo de Ucrania: si nos cortan los gasoductos y el petróleo exterior, este invierno pasaremos mucho frío. Estamos conectados, o colonizados, por sonda al hilo informático global; desde luego, España no es una isla sanitaria independiente a efectos del sida, la gripe aviar o el Ébola. Nuestra Patria tampoco tiene independencia militar, ni para declarar la guerra a Andorra, porque nuestra soberanía militar real reside en la OTAN; y en cuanto a la Matria, no tenemos independencia judicial, pues en última instancia el Tribunal de Luxemburgo impera sobre el Tribunal Supremo y sobre el Constitucional: véase su reciente sentencia sobre las cláusulas abusivas en hipotecas y cientos de sentencias que obligan a nuestros tribunales, y así sucesivamente.
La incertidumbre
En resumen: la independencia es una mentira burda, una moneda falsa con la que no se compra el paraíso: todos somos interdependientes y nos iría mejor si la política y el derecho constitucional aplicaran algunos principios científicos, por ejemplo, el de la incertidumbre.
En su maravilloso tesoro de aforismos, Si la Naturaleza es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?, Jorge Wagensberg explica que hay dos actitudes ante el mundo: la mente A “se pone a sí misma en el centro del universo y se pregunta el porqué o el para qué de las cosas. Por este camino se llega, más temprano que tarde, al conocimiento revelado y a las creencias. La historia de las creencias es la historia de las buenas respuestas”. En la otra actitud -prosigue Wagensberg– “la mente B se excluye a sí misma del centro y se preocupa más sobre el cómo de las cosas. Este camino conduce, más tarde que temprano, al conocimiento científico y a la investigación. La historia de la ciencia es la historia de las buenas preguntas”. Fin de la cita, que diría Mariano.
Antes que contestar sí o no a la pregunta “¿Debería Escocia ser un país independiente?”, o a la doble pregunta catalana, “¿Quieres que Cataluña sea un Estado?” y, en caso afirmativo, “¿Quieres que ese Estado sea independiente?”, debemos cuestionarnos las preguntas. Acuérdense del referéndum felipista de la OTAN (en Cataluña y Euskadi ganó el NO): “¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el Gobierno de la Nación?”. Una pregunta digna de la Historia universal de la infamia.
La ciencia avanza con buenas preguntas tanto como la historia y la política retroceden a base de malas preguntas. La ciencia y la filosofía pisan las arenas movedizas de la duda y la incertidumbre allí donde la política abraza la fe. A las preguntas de los referéndums escocés y catalán les falta definir antes qué cosa son Escocia y Cataluña y, sobre todo, qué se entiende en el año 2014 por independencia. Sin esto, el debate viciado se crispa hasta la exasperación, la descalificación mutua y el ridículo. Y el miedo.
La balsa de piedra
El FMI y los bancos de Londres lanzaron ayer amenazas contundentes (si gana el SI, nos vamos de Escocia; un insulto a sus clientes escoceses), que se suman a las de Westminster esta semana, dando a entender a los votantes –y ésta es la clave de bóveda– que corren el riego de convertirse en una balsa de piedra, en expresión de Saramago. Nadie va a cortar Escocia con una tijera telúrica por la línea de The Borders para separarla físicamente de Inglaterra, ni siquiera se plantea el más tonto de los independentistas escoceses construir una nueva muralla romana como el Muro de Adriano, 117 kms. fortificados de costa a costa para defender Inglaterra de Escocia. Ya no estamos para fronteras físicas como el limes britano, ni mucho menos para fronteras mentales. En las propuestas independentistas de Alex Salmond y su partido [Scotland´s Future] se habla sobre todo de interdependencia, de planear un futuro juntos, en común con su familia y amigos, expresamente con Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte.
Entonces, ¿por qué todo este jaleo? Pues porque una cosa es la convivencia de mutuo acuerdo, entre iguales, y otra distinta el matrimonio para toda la vida, sin opción al divorcio, con violencia doméstica y con derecho de pernada. Pero eso requiere otro artículo que les enviaré el lunes desde la escalerilla del avión.
@ValentinCarrera