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Con una prenda de abrigo, por si acaso, y cuatro sacos de dormir bajo el brazo, llegamos la noche del sábado, más contentos que contentos, a la plaza do Obradoiro, dispuestos a sumarnos, a compartir una noche, a darnos calor, a indignarnos lo bastante.

Salvo un poco de viento Norte, el atardecer era perfecto y la acampada tenía cierto aire hippy, ingenuo. Habíamos estado varias veces allí sentados, cantando, escuchando los improvisados alegatos de voluntarios y espontáneos. Pero esta vez íbamos a dormir, de modo que nos acercamos “a identificarnos” ante el toldo de Información.

-¿Podemos quedar a dormir?

-¿Los cuatro? -replicó alguien con la cara iluminada, al ver a las dos niñas solidarias, más enrolladas que su saco- ¡pues claro! Me llamo María, yo os acompaño a buscar un infraestructuro.

No hizo falta DNI ni pasaporte ni ADN, ni dejar la VISA en recepción. El hotel de las estrellas del Obradoiro nos recibía con una sonrisa. No nos dieron las llaves de la habitación ni el conserje uniformado nos llevó las maletas, no había nevera con Chivas ni tele con mando a distancia bajo las tiendas.

María, cojeando por un lumbago, nos condujo a la cola donde una veintena de jóvenes aguardaban turno para cenar. David dejó su plato –Por favor, acaba de cenar, no tenemos prisa- y nos ayudó a transportar dos colchones.

-De verdad que no queréis una tienda, hay sitio.

-De veras, preferimos dormir al raso.

-Para ir al baño, bajando por la cuesta del Hostal, hay unos servicios públicos en los bajos de Raxoi. Los limpia una señora muy amable que se llama María, como yo. Procurad no manchar para colaborar.

-Por cierto, María, tu cara me suena, ¿nos conocemos?

-En Santiago nos conocemos todos.

Y se fue con su lumbago, mientras David el infraestructuro apañaba un par de mantas para el rocío. Dejamos hechas las camas, abierto el embozo como en los hoteles de lujo, y nos sentamos felices en el corro de los indignados. ¡Quién hubiera dicho que treinta años después, en esta misma plaza, iba a cantar de nuevo “no nos moverán”, con mis hijas! Leímos juntos el manifiesto de Democracia Real Ya y debatimos por qué estábamos allí sentados, por qué estamos indignados. Por qué.

A la hora del paseo nocturno, hubo cierto exceso de mirones, yendo y viniendo, tomando fotos, curioseando, como si los Indignados fuéramos una atracción más de la feria de la Ascensión. Eso hemos sido para algunos, un lamentable espectáculo, una turba de indigentes. ¿A quién molestamos tanto? ¿Por qué escuece el 15M? ¿Qué sarpullido es éste, qué sarna, que los políticos y burócratas se rascan con tanta saña?

La peña resistente se reía de sí misma con ironía:

-Colega ¿qué botellón de mierda es este?, no veo rastas por aquí.

-Allí hay uno.

-Ah, bueno…

Sí, había rastas y algún que otro colgao, no tantos como acostumbro a ver en las oficinas bancarias. Colgaos con corbata que no pasarían una ITV de higiene mental. En el Obradoiro no vimos, sin embargo, rastros de botellón. Ni una cerveza, ni una petaca oculta, tampoco una colilla en el suelo. Levantamos varios adoquines y se veía la playa. Cubos variados para reciclar la basura, una montañita de colchones, la comisión de comida, la tienda de comunicación, tiestos con flores, unas cincuenta cabañas decathlon creciendo como champiñones de colores sobre el granito gastado, sucio de chicles peregrinos. Y un huerto, un pequeño sembrado de 2×2 primorosamente regado y sin una mala hierba. Más pulcro que los parterres de la Alameda.

Se sucedían las intervenciones y la música, pero al filo de las doce, decidimos meternos en los sacos y contemplar las estrellas: decenas de vencejos y una pareja de rapaces surcaban el cielo cazando los insectos y polillas que revolotean en el halo de luz blanca, divina. También las aves son okupas: anidan sin licencia del Cabildo y sin permiso del Alcalde en las torres de la catedral. Y nos pareció que también estaban indignadas. Nos despertó del primer sueño, pasada la una de la madrugada, la actuación estelar de un grupo duro de oído que repasó toda la discografía de Herdeiros da Crú, incluido el baile de los zombis.

Los inmensos focos que iluminan la catedral no se apagaron hasta las dos y las farolas de Raxoi permanecieron toda la noche innecesariamente. Nunca antes había reparado en que hay demasiada luz en el Obradoiro para tales horas. ¿Quién paga esta factura, este exceso de consumo? ¡Como tantos otros excesos en la cuenta pública!

El concierto heavy acabó hacia las tres y entonces la plaza quedó en silencio. De vez en cuando algún rebelde increpaba al Apóstol: “Baixa de ahí, Matamoros, okupa”. Luego, de nuevo el silencio y el vuelo de las rapaces y los vencejos. Fue entonces cuando, en la tienda contigua a nuestros colchones, un amante de la noche sacó la gaita y apretó el fol con todas sus fuerzas, arrancando un tiruliru que trepanó los tímpanos de las gárgolas del Hostal. ¡Qué cabreo de cinco estrellas, supongo, el de los clientes VIP del Hostal de los Reyes Católicos, los protectores del Papa Borgia, que todo se sabe…!

En duermevela, oímos hasta la madrugada o miudiño y o rodaballo nunha lancha de Marín coa proa de carballo. A las cinco se hizo el silencio y dormimos profundamente hasta que a las nueve de la mañana llegó el funcionario que toca la gaita para los turistas bajo el arco de Gelmírez. ¡Qué fauna la del Obradoiro! Abrí un ojo y tenía encima tres turistas italianos sonriendo y haciéndonos fotos. Abrí el otro ojo y una docena de caballos peregrinaba al alba. Y nos llaman okupas a nosotros, que dormimos pacíficamente para protestar nuestra santa indignación.

Por la mañana los baños seguían estando tan limpios como anoche y ni rastro de suciedad entre las tiendas: el campamento dormía en paz consigo mismo, esperando el desalojo amenazado por un alcalde prepotente y miope. Uno de tantos políticos de esos que han provocado con su insensibilidad, su avaricia y su torpeza esta acumulación de rabia, esta insurrección pacífica.

El 15M acabará de algún modo. Se desvirtuará, lo desmenuzarán, algunos intentarán capitalizarlo, apropiarse de su discurso. Dicen que confuso y deslavazado. Yo lo veo claro y contundente. Confuso es el discurso habitual de Zapatero y de Rajoy, sus promesas infinitas, su mercancía de contrabando.

El 15M, en la puerta del Sol o en el Obradoiro, en todas partes, es solo la punta de un iceberg de indignación sumergida y contenida que antes o después volverá a estallar. Porque no hemos plantado nuestras tiendas en vano: debajo de los adoquines del Obradoiro, está la playa.