Viaje a una provincia del interior recoge la mirada leonesa de Enrique Gil en 1842
Enrique Gil y Carrasco, de cuyo nacimiento se cumplirán dos siglos el próximo año, en julio de 2015, fue un gran viajero: la suya es una mirada romántica, a la manera de Byron, Chateaubriand y don Jorgito el Inglés, pero también una mirada ilustrada, la de un cronista riguroso cuyas descripciones de paisajes de la provincia leonesa sigue deslumbrando por su originalidad y belleza.
Gil había recorrido muchas veces el camino de Ponferrada a Astorga, a León, a Valladolid –donde estudió Derecho– y a Madrid, casi siempre con las incómodas reatas y caravanas de los arrieros maragatos. Como buen periodista, conocía y trataba las gentes, visitaba los monumentos, anotaba cada detalle. En el verano de 1842 hizo distintos itinerarios por “su provincia interior” y escribió el “Bosquejo de un viaje a una provincia del interior”, que es el título original de esta obra, una deliciosa serie de ocho artículos en los que recorre y describe con precisión y belleza la vida, la historia y el paisaje del Bierzo, Astorga y León, finalizando en tierras de Sahagún.
Tras la publicación de “Poesía”, “El Lago de Carucedo” y “Viajes y costumbres”, este cuarto volumen de la Biblioteca Gil y Carrasco ofrece una edición ilustrada, al cuidado de Valentín Carrera, cotejada con los originales publicados por nuestro romántico en el diario El Sol en 1843
Lecturas de cuatro especialistas
Viaje a una provincia del interior se complementa con cuatro Lecturas de reconocidos especialistas: en primer lugar, el ensayo Un viajero llamado Enrique, del astorgano José Antonio Carro Celada, profesor muy querido por tantos ponferradinos y leoneses, alma gemela de Gil en sensibilidad y maestría periodística.
La segunda lectura analiza los gustos e influencias literarias de Gil y su valor como paisajista universal, y aporta la «visión de conjunto» de la profesora Paz Díez-Taboada, autora del solvente estudio y edición del Bosquejo en Breviarios de la Calle del Pez (Diputación de León, 1985).
En tercer lugar, el profesor de Literatura de la Universidad Complutense, Epicteto Díaz, especialista en Romanticismo y estudioso de Bécquer y Espronceda, indaga en la mirada romántica y el viaje interior de Enrique Gil. Finalmente, el catedrático de Filosofía y berciano de Cacabelos, Aniceto Núñez, aborda la conciencia crítica de Gil, viajero extraño en su propia tierra.
El índice del libro no deja lugar a dudas sobre el conocimiento detallado que Enrique Gil tuvo de su tierra: desde Bergidum y los castros romanos, a la batalla de Cacabelos contra la invasión napoleónica –muy reciente en la época de Gil–, pasando por Las Médulas, el Valle del Silencio y la Tebaida, Corullón, Carracedo, Ponferrada, Bembibre y los templarios, Astorga con su catedral y seminario, el Páramo; León, donde minuciosamente visita la catedral, San Isidoro y el Hostal, y en fin, la vega del Torío y las tierras de Sahagún. Sus descripciones complementan las de otros artículos suyos, también dedicados a los monumentos de León y Astorga, y a los maragatos y a los montañeses y babianos, recogidos en el volumen anterior de la Biblioteca Gil y Carrasco, “Viajes y costumbres”, que forman parte del vigoroso periodismo costumbrista, del que Gil participó en el Semanario Pintoresco Español y otros. Porque, además de poeta y novelista, de viajero y crítico teatral, además de bibliotecario y diplomático –todo ella en su corta vida de apenas treinta años–, este libro nos muestra que Enrique Gil fue un excelente periodista.