Al desocupado lector, que decía Cervantes, o a la lectriz atareada y atenta: Quiero desearles felices pascuas y buen verano o al revés; va todo tan deprisa que apenas guardas el turrón, hay que sacar el bañador; como dice el humanista compostelano Nano Otero: “Nos pasamos la vida: turrón, bañador, turrón, bañador”. Ahora toca bañador, de modo que ¡felices pascuas!; que gocen ustedes de los paseos frescos al alba, de las lecturas y siestas, y que las noches prolonguen las conversaciones con la pareja, los hijos o los amigos como abrazos y besos multiplicados por el ejercicio libre de la palabra.
Antes de irse de veraneo, déjenme que les convoque a una cita con la Orden del Temple. Yo abomino de sectas y brujerías y saco pocos santos en procesión; tengo mi propia fe y, como a Brassens, la música militar nunca me supo levantar. ¿Por qué, entonces, profesar en la más noble, orgullosa y vilipendiada orden de caballería que vieron los siglos ni verán los venideros? ¿Por qué ser y sentirte caballero templario?
Si nos hacen el honor de venir este fin de semana a Ponferrada, lo entenderán. Esta noche, en la cripta del Castillo, serán ordenados templarios en solemne ceremonia cincuenta nuevos caballeros y damas, pues el Temple actual recupera la igualdad de los primitivos cenobios dúplices, donde hombres y mujeres compartían devoción en alegre convivencia y un poquito de concupiscencia.
Mañana viernes, más de seiscientos templarios de corazón limpio compartiremos cena, vino y hermandad en el patio de armas de la fortaleza; y al otro día, se venera nada menos que el Arca de la Alianza que, como todo el mundo sabe, está enterrada desde la noche de los tiempos en el pasadizo secreto que conduce desde la Torre del Homenaje a la Cueva de la Mora, a orillas del río Sil.
Para los incrédulos: ¡no invento un ápice! Ponferrada celebra estos días su XIII Noche Templaria y todo en la ciudad es medieval, como la Monarquía: la feria de la cerveza, el mercado, el campamento donde se fabrican cotas de malla, yelmos, mazas; la música de Turdión, Grimorium y Wirdamur; y las ropas y calzados de cuantos acudimos a honrar la memoria de Jacobo de Molay, quemado en la hoguera por la Inquisición, por deseo de un rey corrupto y un papa felón.
La historia y la leyenda del Temple contienen muchas enseñanzas que podrían sernos útiles hoy: intriga, sexo, espionaje, robo, saqueo. No es una historia de religión: es básicamente una lucha despiadada por el poder absoluto; pero de eso hablaremos otro día. Hoy quiero invitarles a que vengan a mi casa, Ponferrada, a compartir con nosotros los pecados capitales de los pobres: la gula, la lujuria y la pereza. Háganse templarios y dejen para los ricos -¡qué vidas tan tristes!- la ira, la avaricia, la envidia y la soberbia.
Este verano, en sus siestas, lean El Señor de Bembibre de Enrique Gil y Carrasco y dejen volar su imaginación por las minas de oro de las Médulas y los viñedos del Bierzo. ¡Venga, anímense a hacerse templarios, que les convidamos a cerezas!