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Estaba yo en El Descansito, en el Km. 435, según se va de acá para allá, de la A-6, antes N-VI, que ya vamos perdiendo lo de nacional hasta en las carreteras radiales, acodado en la barra del bar, cuando entró una paisana.

—¡Joven! –increpó al camarero, saltándose el saludo, el turno y el sosiego del local-, ¡oiga joven! -insistió sin demora–, me pone dos bocadillos de tortilla. Al pan le saca toda la miga, pero toda, eh, sin dejar nada, los llena bien llenos de tortilla, me los envuelve para llevar y me cobra lo que sea.

Dijo “lo-que-sea” como si fuera la duquesa de Alba. El camarero, sobrecogido, desapareció tras la puerta giratoria de la cocina, como un ministro tras el consejo de administración de Repsol. Al punto entró el paisano. Yo seguía esperando turno, pero no hubo compasión:

—Me pone –dijo también sin saludar ni mirar al tendido- un café con leche, corto de café, sin azúcar y bien calentito. ¡Bien calentito, eh!, ¿me ha oído? –y sin aguardar respuesta se fue al baño.

Cuando el paisano volvió, la paisana ya había pedido una pulga de atún con pimientos, agua del tiempo, un caquarios muy frío y una magdalena.

—Estáasqueroso –dijo la paisana con la boca llena, masticando el bocata de atún, con el pringue de aceite y un colgajo de pimiento asomado por la comisura derecha de la boca, según se va hacia Pamplona.

—¡Estáasqueroso! –repitió disparando perdigones al paisano, que se puso a cubierta con su café muy pero que muy calentito.

—Pues esto es achicoria. Si es que no tienen ni zorra idea. ¿Y los baños?, ¡es que no se puede entrar!

Intenté hacer una foto a la paisana en el momento pingajo, pero se me llenó el móvil de atún con pimientos. Apareció el barman con la comanda, la paisana le arrebató la bolsa sin contemplaciones, el paisano pagó con cara de mala leche y se fueron.

—¿Qué desea? –interrumpió mi alucinación el camarero, ya repuesto del susto.

—Un café bien cargado, en vaso, doble de café, con un poco de leche fría, la leche desnatada, con sacarina sin gluten, sin espuma, y con unas gotas de JB, por favor.

—¡Qué dura es la hostelería! –pensé para mis adentros-, menos mal que yo no soy maniático.

La Nueva Crónica, 26 de abril de 2015
Foto: El show de Margara