¡Qué falta nos hace un buen vaso de mala leche!
Las crónicas y los titulares dirán el domingo que el Parlamento Gallego celebró esta semana la consabida, preceptiva, rutinaria y cansina sesión de investidura que corresponde tras las últimas elecciones gallegas, coronada con la votación del aspirante popular, y único candidato, Alberto Núñez Feijóo, quien repite como Presidente de la Xunta de Galicia, para el período 2012-2016.
Las crónicas recogerán también una parte mínima de los discursos, más o menos sustanciosos de los distintos portavoces. Para tener comprensión cabal de su contenido, el ciudadano debería leerse los cincuenta folios en oronda Arial 13 del candidato Feijóo y la decena de folios en apretada Times 10 de Beiras, líder de la izquierda gallega renovada. He escuchado o leído ambos discursos con detenimiento –ni estamos para mirarnos el ombligo, ni es el Apocalipsis-, y también los de Jorquera (BNG) y Pachi Vázquez (PSOE); pero siento que una profunda distancia, un abismo insalvable, se abre a mis pies, y a los de muchos ciudadanos, a quienes esta investidura se la trae floja, por ejemplo, a la chica del bar: -¿Cómo va el debate? -le pregunté apuntando a la pantalla de TVG. “Ni lo sigo, ni me importa; por cierto ¿quiere lotería de Navidad?”, y se fue a despachar a otro cliente.
Grave cuestión, cuando tanto, tantísimo, debería importarnos; pero a fe que la ciudadanía está más muerta que dormida, invernando, aletargada, inconsciente. Con todo lo que está pasando en Galicia, ¿cómo es posible que un debate de tal calado político transcurra en medio de la más profunda indiferencia ciudadana? Cuarenta mil ahorradores gallegos a los que ayer mismo dijeron en Bruselas, ¡de las preferentes, tururú!; seis millones de litros de leche derramada antes que venderla a pérdida; trescientos mil parados: si la Xunta contabiliza 270.000, es que hay alguno más; y un largo memorial de agravios básicos, de los que Beiras y Jorquera hablaron en el debate con seriedad y contundencia, ¿y la ciudadanía pasa?
Ni siquiera ha servido para salvar ese abismo el loable esfuerzo de TVG, Radio Galega y otros medios, retransmitiendo el debate en vivo y en directo. Ni las manifestaciones ni las huelgas: en la sesión del martes 27 hubo un centenar de personas protestando a la entrada; ayer, ni eso. El Parlamento Gallego está en el corazón de Santiago, pero podía estar en la isla de San Barandán. ¿Qué está pasando? ¿Cuál es el diagnóstico de esta sociedad enferma? En un instituto con 400 alumnos, acuden a una reunión pedagógica media docena de padres y madres, ¿tan ocupados están los otros 394? ¿Tan poco interés tienen por la educación de sus hijos? Luego, al llegar el fin de semana, los chavales van de botellón (hay un Madrid Arena en cada ciudad) y los padres colapsan el flamante centro comercial de As Cancelas. Miles de compradores ávidos, a cuyos bolsillos no parece haber llegado la crisis, supongo que todos ellos muy indignados por la bajada de sus sueldos, y a quienes este debate de investidura se la trae floja. ¿Qué enfermedad es ésta?
Los lectores me disculparán si en vez de hablarles de la investidura cantada de Feijóo, les hablo de la leche. De la leche derramada por los ganaderos de Galicia, que ayer la regalaban en las plazas de abastos, hartos ya de estar hartos de ser explotados y ninguneados por la Xunta, Madrid, Bruselas, el Mercado Común, la CEE y la Unión Europea de los Expresos Mayoristas y los Grandes Hipermercados. Es un milagro digno de Valle-Inclán que las vacas gallegas produzcan magnífica leche: deberían dar solo muy mala leche, a ver si bebiendo mala leche despierta esta ciudadanía gallega adormilada, a la que le importa un rábano lo que pasa en su Parlamento. La política tiene un serio problema, ensimismada en actos rutinarios, en liturgias parlamentarias decimonónicas, en ritos pseudodemocráticos; pero este país de botellón colectivo, de compradores y ludópatas compulsivos, de padres y madres ausentes, tiene una enfermedad cuyo diagnóstico no he escuchado en el debate de investidura. ¡Qué falta nos hace un buen vaso de mala leche!
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