A primera hora, en la reunión semanal de la Mesa del Congreso, habían decidido de una vez por todas dejar de usar esa cursilería decimonónica de llamarse unos a otras “Señorías”, mientras se apuñalaban por la espalda, y comportarse como personas normales, de las que sus hijos no tuvieran que avergonzarse en el cole.
-¡El papá de Wertín es ministro! ¡La mamá de Rosita es diputada!
La imagen de sus hijos escondiéndose, no queriendo ir a clase, en manos de la psicóloga del centro, pesaba como una losa. El presidente Posada imploró una vez más, emocionado, casi con lágrimas:
-Sé que podéis hacerlo…
-¡Podemos! –contestaron los líderes parlamentarios al unísono.
Al comenzar la sesión de control, un perfume de azahar invadía el hemiciclo, ocurrencia de un ujier valenciano con nostalgia de las Fallas. “Menos mal que el ujier no es gallego: nos habría vaporizado con aroma de pulpo á feira…”, pensó Posada, siempre tan sensato.
El Jefe de la oposición subió a la tribuna, esta vez sin la impostada careta de látex, saludó con sinceridad y habló pensando en el ejemplo que iba a dar a sus hijas, Ainhoa y Carlota:
-Señor Presidente: mi grupo parlamentario siente seria preocupación por los jóvenes científicos que se están yendo fuera de España. Es un derroche de capital humano insustituible. Los necesitamos, necesitamos a todos nuestros jóvenes sobradamente preparados en la primera línea de la investigación nacional. Estoy a su disposición para encontrar juntos una solución urgente.
El presidente Rajoy apeó en el escaño su retorcido colmillo –no el que usa para asuntos internos del PP, sino el otro, el displicente- y tomó el relevo en la tribuna. La ujier cambió el vaso de agua por una tila:
-Apreciado Pedro: valoro su propuesta constructiva, su valiosa disposición a colaborar y ese diagnóstico sensato y certero que tanto nos ayuda a comprender la realidad de nuestro país. No tenga usted ninguna duda: de inmediato daré instrucciones a Soraya –a la mía, no a la suya- para que se dispongan todos los medios económicos, materiales, afectivos y humanos para que nuestros jóvenes sobradamente emigrados regresen a casa. Y le pido que usted mismo, y todos los demás grupos parlamentarios, me acompañen el día de su llegada…
Pedro sonrió desde su escaño, consciente de su responsabilidad, agradecido por ver reconocido su constructivo esfuerzo. Sabía que esa noche, al llegar a casa después del último mitin clandestino en Sevilla, sus hijas le abrazarían orgullosas. Mariano le correspondió sabiendo que sus dos chavales, casi adolescentes, Mariano y Juan, irían al día siguiente al colegio sin tener que avergonzarse, orgullosos de un Papá que sabía hablar sin insultar.
-¿Veis qué sencillo es? ¿Podéis seguir así el resto de la legislatura? –suplicó Posada, abrazándolos.
-¡Podemos! –contestaron Pedro y Mariano como un solo hombre.
En la tribuna, Rosa Díez, gritando ella sola ante un hemiciclo desierto, parecía aún más desconcertada y perdida, mientras doña Celia Villalobos hacía punto de cruz en el iPad. Y colorín, colorado, este pleno se ha acabado.
@ValentinCarrera
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