La próxima Constitución Española, y Europea -las actuales están caducas y amortizadas- deberían ser redactadas mediante un proceso de crowdsourcing, es decir, una convocatoria en línea, abierta, participativa, flexible, libre, voluntaria y sin ánimo de lucro, un proceso participativo basado en la comunidad.
El modelo, también bautizado como open government, es el que sigue actualmente Islandia, la democracia más antigua del mundo, en vigor desde el año 930. En vez de llamar a los “padres de la patria” –otra vez condecorados en España la semana pasada; ya sabemos los pasteleos que producen-, en Islandia han convocado a los ciudadanos: de entre casi mil voluntarios, apuntados vía en Internet, han seleccionado a veinticinco islandeses de a pie para redactar la nueva constitución. Eso sí que es dar la voz al pueblo.
La reforma constitucional se retransmite en directo a través de Internet (¡qué miedo les daría aquí a los rajoys y rubalcabas!) desde la web Stjörnlagaráò, donde puede descargarse el proyecto y donde los islandeses pueden consultar y debatir a diario los nuevos artículos propuestos por la Comisión de los 25, o aportados por cualquier otro ciudadano vía Internet para su inclusión en la nueva Carta Magna. Los debates se siguen también en Facebook y Twitter, mientras que en Youtube se publican entrevistas con los miembros del consejo constitucional y Flickr sirve como escaparate en el que retratar el trabajo constituyente [Guillermo San Emeterio, Nación Red y The Guardian].
La pequeña República de Islandia, capital Reykiavik, ya nos enseñó antes el camino a seguir en la crisis: fue el primer país que metió a los banqueros en la cárcel y no como aquí, que les pagamos los platos rotos y les forramos aún más los bolsillos con dinero público. También Islandia, con un paro del 7% y donde gobierna la Izquierda Verde en coalición con socialdemócratas, abandera la “Iniciativa islandesa Moderna para medios de comunicación” que ampare la libertad de expresión y el periodismo de investigación, amedrentado en Londres, Suiza o Washington. [Más información en el libro “Islandia, revolución bajo el volcán” de Xavier Moret].
De modo que, cuando pasen las elecciones catalanas y acaben los fuegos de artificio y las tracas emocionales que se vienen arrojando mutuamente el nacionalismo catalán y el nacionalismo español, llegará el momento de sentarse civilizadamente y dialogar. Dialogar y abrir un nuevo período constituyente vía crowsourcing, de alcance limitado, pero profundo, que modifique las partes obsoletas o directamente franquistas de la Constitución actual y aborde los asuntos pendientes, desde la sucesión del Rey, incluyendo el debate monarquía o república, tantas veces secuestrado a los ciudadanos, al papel de la Iglesia Católica o la desaparición de estructuras decimonónicas como la provincia.
En una Constitución democrática cabemos todos; y si no cabemos todos –gallegos, vascos, catalanes, gays, ateos, inmigrantes, gitanos, minorías diferentes y disidentes por cualquier tipo de condición o creencia racial, sexual, política, religiosa- entonces no es una constitución democrática, sino una ley del embudo en la que ancha es Castilla.
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