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¿Halloween? ¿Monstruitos y calaveras a mi? En vísperas del Día de Difuntos, con diez años, yo iba a casa de la abuela María, en Rimor, y mientras los mayores lavaban y limpiaban las tumbas de sus antepasados, los niños rehacíamos en un rincón del cementerio, directamente sobre la tierra, las pequeñas tumbas de los niños muertos sin bautizar, enterrados fuera de sagrado, en un limbo de tierra que adornábamos con hojas y una orla de pétalos blancos.

¿Calaveras a mi, que he peinado sus tumbas con mis dedos y jugado al escondite de noche, entre los mirtos del cementerio? Yo he visto murciélagos de verdad y, creedme, conozco el sabor de la sangre y el fondo de ojo de los vampiros.