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Concluyó en el Parlamento Galego el debate de política general de Galicia, o de la nación galega, dicho con semántica catalana. Si los lectores de ESD quieren un resumen, les digo: aburrido y previsible.

Que un debate sea aburrido no es censurable: mejor que el parlamento no sea un circo. Que sea previsible, es más preocupante. Cualquier cronista del Hórreo compostelano hubiera podido anticipar el lunes las valoraciones que ofrecieron los portavoces el martes. Sin duda, el presidente Feijóo tiene un amanuense que les escribe a todos ellos las respuestas y se las reparte al final de la sesión para que nadie se aparte del guión.

Núñez Feijóo acude a estos debates cada día con más desenvoltura: qué mas da lo que haga, diga o cante si es el rey del mambo; se arrellana sobre una mayoría absoluta sin fisuras y le acuna un grupo parlamentario adicto al de Peares, que le aplaude con entusiasmo.

Al otro lado de la bancada, la desolación: tres grupos de izquierda (AGE, IU en Galicia más los Irmandiños de Beiras; PSOE y Bloque Nacionalista Galego) incapaces de juntarse ni para tomar unas chiquitas. Para cualquier gallego o gallega de izquierdas, o para todo ciudadano progresista, es demoledor comprobar una y otra vez la impotencia de estas tres formaciones para ser alternativa.

Alternativa creíble, capaz de plantarle cara al PP. Si revisan ustedes en la web del Parlamento los videos de las sesiones, comprobarán que mientras los 41 diputados del PP premian a su portavoz con ovaciones cerradas, los de AGE, PSOE y BNG ni siquiera aplauden unos las intervenciones de los otros. Cada cual las suyas; en este debate no han sido capaces de presentar a la sociedad una voz conjunta, un paquete de propuestas firmadas por los tres unánimemente, algo que escenifique una mínima posibilidad de alternativa al PP. No existe.

El PSOE retiene desde el inicio de la legislatura un puesto en la mesa del Parlamento que no le corresponde (no digo que sea ilegal, digo que es indecente y desleal con los otros grupos); los portavoces de AGE y BNG se han enzarzado mutuamente en la radio estos días a propósito de su confluencia ante las elecciones europeas. Será una coalición imposible: se presentarán los tres partidos, cada uno con su cultura política a cuestas, volverá a arrasar el PP y seguirá creciendo la distancia entre el Parlamento y la calle.

Al PSOE que “vuelve”, con Besteiro al frente, no se le ve en los movimientos de base; está desaparecido de la sociedad civil, de la sanidad, de las escuelas, contra la mina de Corcoesto o en la crisis de Pescanova: otro Banesto que endosar a Juan Pueblo, otra socialización de pérdidas sobre la que el Parlamento gallego no ha dicho ni pío. AGE y BNG compiten por un mismo espacio y actúan como aquellos dos burros del dibujo, atados entre sí, que tiraban cada uno por su lado alejándose cada vez más: no han aprendido a cooperar. Solo el relevo definitivo de la generación Beiras/Paco Rodríguez, llevándose todas sus resacas personales, hará posible un entendimiento que los electores exigen: no hay tres sociedades ni tres izquierdas en Galicia. Las bases están mucho más cercanas que sus dirigentes.

Mientras, a sabiendas de que no tiene alternativa, jaleado por los suyos, Alberto Núñez Feijóo ha decidido proclamarse a sí mismo como la alternativa a Feijóo para la próxima década.