Permitidme que rompa una lanza a favor del supremo acto de convivencia y amistad que es sentarse a la mesa con la familia y los amigos. El filósofo griego Platón encareció el valor de la amistad en un famoso diálogo que precisamente llamó El banquete; para otros es el ágape; para los cristianos una cena es su principal sacramento, la Última Cena, que pintó Leonardo da Vinci. Para todos los que aman la libertad, la mesa es un espacio de diálogo y convivencia, donde se habla de lo divino y lo humano. En torno al vaso de vino, y mejor con un buen plato de jamón, sin que falte el pan, podríamos estar hablando de las cosas de la vida hasta el amanecer. De las únicas tres cosas realmente importantes de las que puede hablar una persona libre: de política, de religión y de sexo.
Sobre todo, queridos amigos y amigas, yo os recomiendo hablar mucho de sexo y aún más practicarlo. Es lo que hacían antes en los pueblos: no había almuerzo, mesa ni sobremesa, matanza o pitanza sin sus chistes procaces y sus picardías, y a los nueve meses nacen los hijos de detrás de las zarzas. Fijaros: son siete los pecados capitales. Por un lado están los pecados de los ricos, que son pecados tristes y miserables, los pecados de la Banca, de la Iglesia y de los poderosos: la avaricia, la envidia, la ira y la soberbia. Da repelús solo pensar en ellos.
Pero luego -podéis frotaros las manos o la entrepierna-, están los pecadillos que podemos permitirnos los pobres: la gula, la lujuria y la pereza. De la cama a la mesa y de la mesa a la cama: fácilmente se llega, aunque sea a gatas. Pequemos, pues, amigos, con ganas y sin mala conciencia. Comamos con gusto y con gula el botillo del Bierzo, bien adornado de sus patatas y chorizos, bebamos vino abundante. Hagamos luego de nuestra mesa, perezosamente, una sobremesa y una fiesta de la convivencia y conversemos sin prisas que las ovejas ya están guardadas. Y cuando llegue la hora de la siesta, ande cada cual con el suyo o la suya para su casa y no se confunda nadie de parienta. Y si alguna o alguno se confunde y se pierde con un buen mozo en el pajar del tío Gregorio, que dentro de nueve meses les nazca un niño con cara de botillo.