Estimado amigo: Como republicano convencido -pero hoy no se trata de mis convicciones, sino de las suyas-, le felicito por su “lo que sea” como Rey de España. Disculpe si no encuentro el verbo adecuado: sin trono, sin cetro y sin corona, sin palio ni manto de armiño, no ha sido usted entronizado ni coronado, tampoco bendecido, elegido ni nombrado. Tenemos poca práctica en esto y nos faltan verbos: algún medio lo llama relevo, otros, proclamación, pero en España proclamar tiene música militar… y no debiera ser el caso, a pesar de ese uniforme suyo con la cruz de malta, de reminiscencias masónicas.
En verdad, hoy era un día señalado para presentarse ante el mundo no como capitán general de ningún ejército, sino como el primer rey civil de la historia española. Su uniforme es un grave error que le identifica con una parte de eso llamado España, concepto sobre el que no hay consenso científico, pero hoy no es día de críticas: le escribo para desearle suerte. Ojalá acierte por el bien de todos y ese todos incluye a los pobres, a los que no ven los partidos de la Roja ni agitan banderas de ningún color, a los que no aplauden sus discursos y a los que sienten otras patrias o ninguna.
Es la hora de la generosidad. Aparco mis opiniones, irrelevantes, y pienso en el futuro de mis hijas, de las suyas y de toda su generación que aún no ha empezado el bachillerato.
Tiene usted 46 años. Supongamos que sigue el ejemplo de su padre –algo forzado por las circunstancias, ¡para qué nos vamos a engañar!-, y dentro de treinta años, cuando usted cumpla 76, cede el paso a su hija Leonor, que sería Reina de España en 2044. ¿Cómo serán España y el mundo en 2044? Si llegamos allí, ya se verá… yo espero verlo con 86 años, la edad actual de mi padre: la vida fluye.
La pregunta no es cómo será el país en 2044, sino cómo nos gustaría que fuese y cuánta generosidad estamos dispuestos a poner cada uno de nosotros para conseguirlo. Esos treinta años, el horizonte de su reinado, en los que Leonor pasará de niña a mujer, mis hijas emigrarán a Alemania y usted será abuelo, demandan un nuevo consenso social, un pacto adulto de convivencia, sin secretos ni tutelas, renovado diariamente.
Verá: ya no existe el matrimonio indisoluble, para toda la vida, real o fingido, como en tiempos de nuestros padres, en democracia no caben imposiciones ni sacramentos. Estamos en la familia de geometría variable: una inmigrante adoptada, una autonomía adolescente que se emancipa, un hijo de soltera, los sobrinos de mi ex y la amante gay de la tuya, la biodiversidad de la que usted habló en su primer discurso como Rey. O nos aceptamos siendo distintos y aprendemos a querernos o no hay futuro juntos. Mejor el divorcio que continuar con insultos y violencia doméstica.
Nadie me ha preguntado mi opinión y se han burlado de ella, pero hoy aparco mis convicciones para desearle lo mejor, pensando en nuestras hijas, y hago como que no veo su uniforme militar. Con esperanza de ser oído, me pregunto cuánta generosidad puedo esperar de usted y de quienes le han puesto ahí, que son millones de españoles, pero también hay millones de ciudadanos que no están a gusto en casa, se sienten insultados, maltratados y quieren el divorcio.
Una vez más, como hace 40 años, es la hora de la generosidad, de ceder y callar por el bien común, pero en esta familia siempre nos toca ceder y callar a los mismos, porque algunos todavía no os habéis quitado el uniforme militar. En la hora de la generosidad no necesitamos un capitán general ni una constitución manoseada, cuyos artículos sociales -derecho al trabajo, vivienda…- son papel mojado, sino un nuevo pacto de respeto y convivencia entre 46 millones de ciudadanos, todos iguales ante la ley. Usted también.
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