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* Hilos trasmontanos, siguiendo las huellas de san Fructuoso y Llamazares por el Reino Maravilloso de Miguel Torga

A esta altura —que es como dicen los portugueses el paso del tiempo— era yo el único superviviente de la Generación Aquiana que aún no había visitado Bragança y este agujero negro pesaba en mí como un baldón, como una afrenta. Hasta que recibí el último libro de César Gavela, Braganza, siempre pensé que era una aldea de Braga, como Camponaraya y Naraya, y a su lado Narayola. Ahora sé que Trás–Os-Montes es un territorio imponente, panibérico, donde habitan los sueños, presidido por un castillo cuya Torre de la Princesa, si pudiera hablar, derramaría lágrimas de amor. “Um reino maravilhoso”, en expresión feliz de Miguel Torga.

Estas deudas de honor solo se pueden pagar con la sagrada penitencia del viaje a los orígenes, y solo la compañía inagotable de Anxo Cabada podía servirme de cayado: báculo arzobispal, como veremos, pues Cabada es la síntesis perfecta de Bruce Springsteen y cierto canónigo follador de Mondoñedo.

San Fructuoso, San Valerio, Miguel Torga, Saramago, Antonio Pereira, Julio Llamazares, César Gavela y Manuel Cuenya me habían precedido en el empeño. No es posible mejor compañía.

El viaje comenzó con un error, como debe ser: un cable cruzado me dictaba que san Fructuoso, nacido en Braga, había llegado muy joven al Bierzo para fundar su franquicia conventual, de modo que acordé con Anxo ir a Braga e iniciar desde allí el camino hasta Compludo, pasando por Portela do Homem, a través de la Vía Nova romana, siguiendo los pasos de Fructuosín.

Metí en la mochila Meteoros, los poemas de Pereira, y Braganza, la luminoso gavilla de cuentos de Gavela, y nos echamos a la mar, de tanto que llovía. Ya había anticipado en mi cabeza tres o cuatro párrafos sobre la llegada de Fructuoso al Bierzo, con un criado y dos mulas, cuando Manuel Ferreira, sacristán de la capilla de Sâo Frutuoso de Montèlios, ubicada en el Camiño dos Catro Camiños, me sacó del error:
—Nâo, nâo, Sâo Frutuoso nasceu en Panferrada (sic).

¿Quién era yo, bajo la intensa lluvia, para contradecir a un sacristán, “faço tudo”, que nos mostraba las reliquias del santo en una urna, su tumba expoliada por el ladronzuelo Gelmírez y una capilla visigótica y mozárabe, que tal me parecía estar ante los arcos de Peñalba?

Giro de guión
Consulté al padre Manjarín (Compludo, pueblecito leonés con historia): “San Fructuoso era berciano, aunque no se diga clara y expresamente en su vida”. Se refiere a la Vida de San Fructuoso, escrita por su discípulo san Valerio. Lástima que Valerio olvidó consignar el lugar de nacimiento del fundador, “filho dum comandante dos exércitos das Espanhas (…) foi caso que, em determinada ocasión, o pai, tendo o filho consigo nos vales entre montanhas das terras do Bierzo, procurava forragem para os seus rebanhos”.

El profesor Díaz y Díaz (Fructuoso de Braga y El Bierzo), el académico Viñayo y la Wikipedia confirman la ausencia de datos: no sabemos dónde ni en qué fecha nació Fructuoso. Fue a principios del siglo VI, en algún lugar de la corte de Sisenando, pues su padre era general del ejército visigodo. Visitó El Bierzo por primera vez siendo un guaje, viniendo desde la Meseta, no por la Serra do Gerês. Y muchos años después, tras el concilio de Toledo, en el año 656, fue nombrado arzobispo de Braga, de modo que nunca hubo un viaje de Braga a Compludo, sino tal vez de Toledo a Braga, y acaso porteado por cuatro fornidos monaguillos en lujosa litera.

Un desastre. Habría que reescribir el poema de Pereira, Brácara Augusta: “Braga va a dolerme para siempre porque nadie advirtió que aquel su obispo, Fructuoso llamado, era paisano mío, quizás algo pariente…”. La evidencia arruinaba mi viaje proteico y la versión bercianista del padre Manjarín y del piadoso Manuel Ferreira, convencido de que san Fructuoso nació en Panferrada, que lo sabe él pues ha estado hace poco allí con la Escola de Música Litúrgica Sâo Frutuoso, que dirige o pai Hermenegildo Faria. Hay datos: tengo en mis manos su CD Caminho Quaresmal. En el exterior de la capilla de Montèlios jarreaba.

—Se dice Ponferrada, no Panferrada –me atreví a corregir al sacristán, en un susurro, al despedirnos con un abrazo, mientras Anxo metía en su cámara las reliquias del Santo.
—Esto cambia el viaje, Cabada.
—¡Torga! –me respondió secamente el Boss mindoniense.

La historia de Gedeao Gomes
Abandonamos a toda prisa la ciudad romana, antes de que la naftalina clerical invadiera nuestros alvéolos, y pusimos rumbo a Trás–Os–Montes: destino Bragança. Llamazares sería nuestro guía Michelín de cinco estrellas, César Gavela nuestro devocionario en la mesilla de noche. Y Miguel Torga el nervio, el hilo conductor, el chamán de la tribu trasmontana, de la que nos sentíamos parte y aún sustancia a cada metro que avanzábamos en la dirección contraria al sol. Iberistas, retorno al origen.

Me había divertido tanto estas navidades leyendo los cuentos de César Gavela que estaba a punto de cumplir la promesa: conocer a Gedeao Gomes, funcionario de policía, del departamento de pasaportes, que vivía en el largo de Vinhais de Braganza con su hermana Lidia, soltera, muy bajita y hacendosa. En consecuencia, y por seguir las huellas, nos hospedamos en el hotel Trasmontano, donde, en efecto, nos aguardaba el recepcionista Aníbal Viquiera, disfrazado de moza trasmontana: Elisabete Tulipa. Hay fotos.

Visitamos la fortaleza, las murallas, la Domus Municipalis y una tasca donde un profesor republicano nos convidó a un fino (una caña) de Sagres y nos recomendó leer el relato O cavaquinho de Torga. La trágica historia de un niño que espera el regreso del padre que le prometió un regalo (un cavaquinho, especie de mandolina trasmontana) y el padre es asaltado por ladrones en el camino: “E daí a nada sabia que o pai fora morto num barulho, e que no sítio onde caíra com a facada lá ficara, ao lado dum cavaquinho que lhe trazia”.

Las palabras de Torga, su purísimo portugués, que tanto da decir gallego, o el latín de Fructuoso y Valerio, se entrecruzan con las de Gavela y se reconocen como amigas. Leo en lo alto de la Torre de la Princesa: “Todo empieza ahora. Cuando acabo de descubrir su secreto, y ya parece que quiere irse”. Bragança se va adueñando de nuestros sentidos y, como Gedeao Gomes, creemos estar muertos, “en el cielo o mucho más allá”, con Lana Barro bajo la ducha, desnuda. ¡Qué cosas terribles escriben los poetas!

De regreso al campamento base, pasamos por el carnaval de Podence (“o entrudo maís genuíno de Portugal”). Nada distingue a sus chocalheiros de los peliqueiros de Laza. Somos más que hermanos. Desde mucho antes que san Fructuoso fuera en Compludo y Montes anacoreta universal, y en la sede de Braga arzobispo urbi et orbe, desde el Duero hasta el mar del Norte. Somos más que hermanos, aunque ellos, los ilusos, son un poquito más amables y delicados. La comparación del romántico balneario de Pedras Salgadas, nuestra última visita, con la prepotencia de nuevos ricos de Mondariz o La Toja, nos deja en pésimo lugar.

Ya de noche, atravesamos la estúpida frontera sin notar el cambio de país –nos pareció que seguía siendo la misma lluvia–, decididos a seguir viajando por el Reino Maravilhoso de Torga. Decididos a seguir viviendo en el país de los cuentos de Gavela: “Y salgo de casa para que me den el sol y las palabras”.

Para leer:
Braganza, de César Gavela, Colección Caldera del Dagda, Eolas Ediciones, León, 2015.
Contos da montanha, Miguel Torga, Ed. Leya, Portugal, 2010.
Fotos: Anxo Cabada
@ValentinCarrera