La mujer joven y hermosa de la que estoy enamorado me confía su primer libro de poemas.
Poemas de amor no correspondido: hace tres años que ella está enamorada de un hombre casado. Viven encuentros esporádicos con derecho a roce, pero él no abriga intención de dejar a su esposa, de la que no tenemos ningún dato: ¿dulce, cariñosa, tonta, aburrida, enamorada, feliz? Solo sabemos que él la engaña poquito.
Para mi amiga es suficiente. Está tan rendida a él que mendiga sus besos y le escribe versos doloridos. Yo mendigo los suyos con el mismo éxito, sin comprender cómo es posible que desdeñe mis encantos y esté loquita por un gilipollas que no le hace maldito caso.
Mientras esto ocurre en una parte de la galaxia, en la órbita atlántica gira otra mujer desconocida: dice “me gusta” a todo lo que publico en las redes y me envía un wasap compulsivo cada tres minutos. También está enamorada, supongo que no de mí, pues no la conozco, tal vez de una imagen fantasmal, de un espectro. Como el amante de mi amiga poeta, yo también tengo esposas a las que engaño un poquito, de modo que mi corazón está entretenido y apenas tiene tiempo para nuevas aventuras.
Sobre todo cuando acaba de enamorarse –mi corazón va por libre y me hace poco caso– de otra mujer, no tan joven pero aún más hermosa: vive lejos y la distancia da a su imagen la belleza sobria de un retrato de Bronzino. Nos hemos propuesto escribir juntos una novela mediterránea y renacentista. De amor, claro, ¡de qué van a hablar, si no es de amor, dos corazones rotos! Ella está pegando los trocitos del suyo en un álbum sin páginas y yo he tirado los cachitos del mío al mar desde un acantilado solitario.
Tenemos a medias un libro en blanco. La semana pasada le pusimos un prólogo de besos y abrazos, y ahora oteamos el horizonte a la espera de que llegue el momento de escribir el primer capítulo.