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Chicos, chicas: tengo que parar medio ratito, eh; otro fin de semana más a este ritmo y me rompo por el eje. Demasiadas emociones: abrazos, brindis, canciones, firmas, lágrimas, familia, amigos, amantes on line, sorpresas, versos sueltos y hadas inesperadas.

El finde empezó el jueves con los compañeros y compañeras de Bierzo Sostenible. Tenemos amenazas muy serias y hemos estado trabajando juntos. De ahí salió en pocas horas la gran manifestación del sábado contra los incendios forestales.

El viernes ronda por Radio Bierzo Ser, La Nueva Crónica y esRadio, antes de presentar “Mayo iraní: la primavera persa” en la Feria del Libro. Muchas gracias a Yavad Kazemi, Azucena Blanco y Bego Blanco por su compañía; a Joansa Maravilla Maravilla por deleitarnos con música iraní; a los Libreros de Ponferrada por hacerlo posible un año más. Y a todos los que vinisteis a hablar de la igualdad. (Con las prisas y el lío, a mi amiga de toda la vida, desde el bachillerato, MAITE, le puse en la dedicatoria: «Para Mari Carmen». Sé que no me lo perdonará jamás).

 

 

La velada acabó a altas horas de la noche en Bembibre, con risas literarias para desnudar a don Enrique Gil, ese maravilloso y genial escritor, homosexual, ateo, liberal y masón, secuestrado durante décadas por los meapilas del nacionalcatolicismo leonés. Circulan propuestas para corregir el título de su novela autobiográfica, que no tiene una sola línea histórica: La Señora de Bembibre.

El sábado salimos a la calle indignados y cabreados por el DELITO ECOLÓGICO perpetrado contra El Bierzo, contra la Madre Naturaleza por un desalmado (conocido de todos, menos de la Guardia Civil, ¿verdad Belarmino?: tres concejales, dos policías y varios compañeros de Plataforma Bierzo Aire Limpio me dieron su filiación con pelos y señales), con el consentimiento y la inoperancia de los responsables públicos.

La noche se vistió de ronda para celebrar la víspera de San Jorge en las bodeguinas de Rimor, que es estar en casa, el pueblo de mis abuelos Valentín y María. Cantamos y bebí lo justo para no dar positivo en el control de alcoholemia que había a las dos de la mañana en la glorieta del Templario. Soplé y el agente, muy amable, me dijo: “¡Puede seguir, pero no beba más…!”. En las sombras de la noche, me pareció que el caballero templario, vestido de San Jorge, mataba a un dragón.

El dragón del fuego que devoró el Valle del Silencio: el domingo fui con mi padre, aventurero a sus 91 años, a ver la tragedia. Nos acercamos con el corazón encogido hasta Peñalba. Cuando yo era niño, mi padre me llevó muchas veces por todos los rincones del Bierzo y me enseñó a amar nuestra tierra, en aquellas inolvidables excursiones domingueras con bota y, en la fiambrera, tortilla con pimientos. Me sentí feliz de poder devolverle un poquito de aquella infancia. Ver nuestra tierra devorada por el dragón del fuego me hizo llorar de pena, pero sobre todo de rabia.

En mitad del bosque carbonizado —el año que viene en FITUR la marca de Ponferrada será “Turismo Negro”—, mi padre rompió su silencio para decir: “Es un gran misterio”, y regresó a su mundo contemplativo, como san Genadio en la cueva del Valle del Silencio.

Ese rincón del paraíso que este fin de semana nos han robado IMPUNEMENTE a todos los bercianos.