No les hablaré del monotema Bárcenas, sino de salud física y mental: si para tener carnet de conducir o permiso de armas hay que aprobar un psicotécnico, ¿qué examen de idoneidad deberían pasar nuestros ministros, expresidentas, generalas y demás linaje de la corte celestial? Pasan por el test amañado de las urnas y ya se creen en posesión de la espada Excalibur o de la túnica de Nerón: infalibles, sobrehumanos. Es sobrecogedor.
Una casta endiosada que, con nuestro dinero, caza osos en Rumanía y elefantes en Botswana; viaja en helicóptero hasta Armenia para deslizarse esquiando por una cumbre nevada, al más puro estilo James Bond 007; se van con su chófer a un spa de lujo en Estoril mientras las familias lloran a sus hijas adolescentes; poseen quintas inmensas en la Pampa, colecciones de coches antiguos o chalets de seis millones de urdangarines, pagados a tocateja en billetes de quinientos.
¿Regeneración política? Déjense de bobadas: sobran leyes; lo que falta es justicia y sentido común. Están ustedes ultrapasados: Artur Mas celebra una cumbre contra la corrupción y pide que un político dimita “cuando sea condenado o haya indicios muy evidentes”. El Parlamento Galego aprueba, a buenas horas, mangas verdes, una comisión “para prevenir la corrupción”. El Gobierno anuncia una ley de transparencia: ¿será el picardías que usó la vicepresidenta Soraya para el reportaje de El Mundo o la mantilla de ir al Vaticano?
Lo que propongo es extender a la política los controles normales: es mucho más peligroso manejar el BOE que una escopeta de balines. Sin generalizar conductas, con carácter previo y preventivo, los políticos deben estar sometidos a los mismos requisitos y exámenes de salud física y mental que cualquier otro ciudadano. Y más exigentes y rigurosos, cuanto mayor sea su responsabilidad.
Control antialcohol: el conductor que lleva el bus escolar de mis hijas va a la cárcel si maneja con un par de chupitos. Cualquier diputado puede ir a un pleno después de meterse en buena compañía dos botellas de rioja y dos copas de cardenal Mendoza y votar un recorte de nuestra pensión sin que nadie le tome el pulso. Propongo que la Guardia Civil establezca un control antialcohol a la entrada de los plenos municipales, provinciales y estatales.
–Le importaría soplar, señor Bárcenas… ¡Uy! da 0,5, está usted en el límite, eh, por esta vez pase, que solo es para aprobar la reforma laboral, pero tenga cuidadín la próxima…
–Señora Centella: hoy no puede firmar ceses, le tiembla el pulso. ¡Y esos ojos inyectados en sangre! Tiene usted que dejar los ansiolíticos.
¿Qué es eso de votar los presupuestos después de comerse un solomillo au point? Señor Posada: las votaciones en ayunas y si de recortes se trata, tres días los señores diputados recortados a pan y agua, reflexionando antes de votar.
Control antidrogas: incluidas las medicinas esas de ganar el Tour. Hace años compartí viaje oficial con una ministra que llevaba médico propio. Dormía con somníferos y desayunaba con estimulantes (la ministra, no el médico). El médico lo pagábamos todos y supongo que el botiquín también. Me importa un pito el historial médico de mi alcalde, pero si el Estado vigila que un futbolista o una nadadora no se chuten, como ciudadano me asiste el derecho a saber si mi alcalde o mi senador esnifan: si es esnifan, no me representan. Por la rayita muere el pez.
Vigilamos el tuenti de los niños y el colesterol del abuelo, pero tenemos un par de ministros con la cara hinchada de meterse algo, no sé si rioja o anfetas, y nos tragamos sus ruedas de prensa como si fueran homilías de Rouco. Que le hagan un análisis de sangre antes de la comparecencia.
Tipos que, si los pones a vendimiar, no serían capaces de sacar un cestillo, plantar una hilera de patatas o cambiar una rueda, y se presentan en público como Superman: desayuné en Nueva York con la plana mayor del FMI, almorcé en Betanzos con unos inversores de NCGGGCNG, comí en Milán con Berlusconi y sus velinas, pernocté en Munich con el iPad de Merkel. A la locura le llaman “agenda de vértigo”.
-Oiga, pavo, usted ¿cuándo habla con su señora y sus hijos? ¿Cuándo va al cine o lee un informe? ¿Cuándo escribe uno solo de los diecisiete discursos que nos espeta cada semana? ¿Cuándo es usted normal, señor Superman?
La estafa empieza cuando seres normales, muchos tirando a mediocres, que no le llegan a la suela del zapato a mi enfermera ni a mi profesor de filosofía, se creen Superman o Barbie Superstar: todo lo saben, todo lo pueden, nombran, cesan, hacen leyes, cortan cabezas, dan ejemplo, son omniscientes, diosecillos de barro. No son humanos: nunca se equivocan.
Se creen superiores y son chusma. Disponen y deciden sobre nuestras vidas y haciendas, sobre nuestros empleos y jubilaciones y no pasarían el psicotécnico de conducir antes de una votación, o un control de alcoholemia de la Guardia Civil, o una revisión antidrogas de la federación de atletismo antes del Consejo. Ni siquiera pasarían una simple ITV del sentido común.
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Foto: Blog Muhollan World