Cada 23 de abril se me acumulan las citas. En primerísimo lugar celebro la fiesta de mi pueblo materno, Rimor, rincón privilegiado oculto en un valle de El Bierzo, donde están ustedes convidados a rosca y vino, y a cantar con la ronda en la bodega.
En segundo lugar, recuerdo la muerte de Shakespeare, de Cervantes y del inca Garcilaso: ¡qué lista es la Wikipedia!, no se le escapa una. La de Cervantes este año viene bendecida por Podemos, de la mano de Juan Goytisolo, que igual comparece con chilaba. Si Podemos pone su primera pica en Alcalá de Henares, es señal de que el muro de la casta comienza a derrumbarse. En deshomenaje a esa casta decrépita de las armas y las letras que se reúne cada año cortesanamente en Alcalá, leeré “El cura y los mandarines”, de Gregorio Morán.
En tercer lugar, dados mis ascendientes en Cataluña y en la Capadocia –todos venimos de Mesopotamia y somos quesos de muchas leches, les guste o no–, celebraré la muerte del dragón que atemorizaba a los súbditos del reino, y que derrotó a Rajoy con su espada en una mano y una rosa en la otra. Cuenta la leyenda que tomó San Jorge un ejemplar de la Constitución (la del siglo XV) y le dio a Don Rajoy tremendo capirotazo, de donde quedó el señor feudal algo conmocionado y turbio, como emitiendo en plasma.
Y en esta fecha recuerdo, por último, la Fiesta Comunera, el aniversario de la Batalla de Villalar, en la que los Comuneros, al mando de Padilla, Bravo y Maldonado, fueron derrotados por las tropas del Rey. ¡Qué extraños somos los humanos! Celebramos la derrota de «los nuestros» como si fuera motivo de alegría cuando aquel 23 de abril de 1521, lo que hubo sobre la meseta castellana, entre Toro y Villalar, fue una jornada sangrienta, seguida del ajusticiamiento de los cabecillas de la rebelión.
Cuentan las crónicas que Carlos V, rodeado de cortesanos flamencos tan corruptos como los de ahora, no tuvo piedad y apuró su santa venganza hasta las heces, en especial con doña María Pacheco, viuda de Padilla, defensora popular de Toledo, a quien negó el perdón real; o el obispo Acuña, cuyos restos fueron colgados en el castillo de Simancas ¡Cómo se las gastaban los católicos reyes, imponiendo el Absolutismo mediante el terror!
Este episodio se narra en verso en el romance «Los Comuneros», del poeta y diplomático berciano Luis López Álvarez, escrito en los años de la Transición, cantado por Nuevo Mester de Juglaría (hay una versión rock del grupo segoviano Lujuria) y convertido en himno a la libertad y a la dignidad del pueblo de Castilla. En 1976, cuando comenzaron las primeras manifestaciones en Villalar, muchos castellano-leoneses (patronímico que no sé lo que significa) acudimos a la campa de Villalar con banderas libertarias y pendones comuneros. El pendón de color morado, símbolo de los Comuneros y de la Hermandad de Jesús Nazareno de Ponferrada, convertido ahora en señal de identidad de Podemos. Aún andamos con estas zarandajas primitivas de las banderas y los colorines: tú eres una rosa roja, tú un naranjito, él una gaviota azul, ella una magenta y ello un podemita comunero.
En fin, hermanos y hermanas, a ver si este año resucita San Jorge y los Comuneros matan de una maldita vez al dragón real de la corrupción y limpian las sentinas de Zarzuela, de Génova, de Ferraz, de la Agencia Tributaria y de los telediarios. Si así fuere, los de Rimor invitamos a rosca y vino en la bodega de casa.
@ValentinCarrera
Ilustración: San Jorge y el dragón, de Luca Signorelli, 1505.