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[…] La realidad también nos dice que no basta con ser prudentes. Ninguno de los amigos que se han ido por el COVID cometieron locuras —mi primo, el doctor Joaquín Díaz, por citar un ejemplo, murió trabajando, en el quirófano—; hay causas que escapan a nuestro poder y comprensión: el destino, la suerte (también el azar genético). Es la vida. La alegría y el dolor forman parte de la vida y la muerte. Mejor empezar a aceptarlo cuanto antes.

Por último, una reflexión emocional, al calor de las luces navideñas: esta pandemia es una invitación a vivir el presente —Carpe diem—, a valorar lo mucho positivo que nos rodea, incluso en los trances dolorosos: familia, amigos y amigas, afectos, la naturaleza, la ciencia, la cultura, la música, el arte, la alegría, la belleza.

Frente a la legión de profetas del apocalipsis y jeremías, que todo lo ven mal y ellos mismos son los ciegos, y no pierden una sola ocasión de vociferar y condenar, es tiempo de celebrar que estamos vivos: cada minuto de felicidad compartida cuenta, cada sonrisa es un tesoro y cada beso una riqueza infinita.

Queridos lectores y lectoras de La Nueva Crónica: gracias un año más por el regalo de vuestro tiempo cada lunes; esta Navidad —que no hay dios que la salve— solo os deseo una pizca de sentido común; menos profetas del miedo y más sonrisas. Esta No-navidad, mi recuerdo emocionado es para los que se han ido: por ellos, vamos a cuidar y cuidarnos. La primavera avanza.

Leer artículo en La Nueva Crónica.

Foto: Alicia Saturna (@Alibcia), Atardecer sobre el volcán.