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Tengo un vecino que cuando oye el nombre de Pablo Iglesias, echa mano a la pistola, como Göring, el fundador de la Gestapo, cuando oía hablar de cultura. Por lo demás, mi vecino es un ciudadano de orden, parece normal…

Llevo semanas preguntándome por qué el líder de Podemos, el coletas más insultado y vilipendiado de la historia, despierta tantas pasiones asesinas y ha pasado a convertirse en lo peor de lo peor en el imaginario de muchas personas de buena fe: el jefe de la banda del alicate, “que para robar los anillos, te cortan los dedos”.

La insidiosa  campaña del miedo, dirigida por la extrema derecha desde Génova y Moncloa, ha sido eficaz y el mensaje ha cuajado; pero no me interesa salvar al Ángel Caído y hacerle bueno a costa de hacer malos a otros, por muy deplorables o mentirosos que sean. Que Ferraz lo haya hecho muy mal, no justifica que Podemos lo haya hecho aún peor.

Es más sano admitir los errores propios que amparar nuestros fallos en errores ajenos. La autocrítica debería ser prioridad de los dirigentes podemitas, pero no tengo la impresión de que esté ocurriendo. Lo fácil es echar la culpa a los demás, a la dura realidad, a la ley electoral (que consagra el pucherazo sistémico), a las encuestas y al #Brexit. Para saber qué ha pasado no es necesaria una encuesta, “salvo que pregunte directamente por el relevo de Iglesias”, apostilla mi vecino. Bastaría con retroceder la moviola y volver, como en la película Regreso al futuro, al 1 de marzo de 2016.

Maquiavelo.inddPablo Iglesias sabe de qué moviola hablamos, pues es un gran cinéfilo, autor de un libro muy interesante, Maquiavelo frente a la gran pantalla [Akal, 2013], cuya lectura les recomiendo: el análisis de películas como Katyrí, Ispansi, Balada triste de la trompeta, Apocalypse Now, Dogville, La batalla de Argel, Amores Perros y Lolita es de alto voltaje político, un ensayo sobre el poder en estado puro.

“La política es tomar decisiones”, afirma Iglesias uniendo a Weber y a Lenin, a propósito de “la ética de la responsabilidad que implica que el político debe responder de las consecuencias de sus acciones”. ¿Cuáles son las consecuencias del discurso de Pablo Iglesias y de su voto negativo en la sesión de investidura de Pedro Sánchez? ¿Qué hubiera pasado de haber sido otra la decisión, como muchos defendimos entonces?

En un reciente debate en el programa Área Pública de Televisión de Galicia, pregunté a la diputada de Podemos Yolanda Díaz si, en caso de poder dar marcha atrás a la moviola, visto lo visto y consagrado Rajoy a perpetuidad en la Moncloa, cambiaría hoy su voto de marzo. Yolanda Díaz sonrió como ella sabe hacerlo (lástima que se haya ido a Madrid; hubiera sido una excelente candidata en las próximas elecciones gallegas) y en el plató de TVG quedó flotando el aroma de la duda.

Me gustaría hacerle algún día la misma pregunta a Pablo Iglesias, sin acritud, mirándonos limpiamente a los ojos.

Supongamos que con la máquina del tiempo del chiflado profesor Doc, hacemos un Back to the future a la vez retrospectivo y prospectivo; y borramos la votación de los diputados y diputadas de Podemos el 1 de marzo de 2016. Supongamos que rehacemos la secuencia con la moviola (y en vez del montaje del director, hacemos el montaje de cualquier votante de izquierdas decepcionado): la escena acaba cuando Pedro Sánchez es elegido presidente. En las siguientes secuencias, un así llamado «gobierno de progreso» expulsa de inmediato al ángel Marcelo del despacho del Ministro de Interior, cesa al lobbista de armas Morenés, desatasca el Constitucional, deroga la ley mordaza, pone en marcha una nueva ley de educación y revoca las putrefactas concesiones de Celulosas y Reganosa.

Entre ese regreso al futuro y la prórroga de Rajoy en funciones hay un abismo que abriría las carnes de Maquiavelo. Muchos votantes de izquierdas quieren ganar el cielo, pero no a costa de seguir abrasados en este infierno. Un tránsito posibilista y pragmático por el purgatorio de Ferraz hubiera sido más que un bálsamo: Podemos (que no ganó las elecciones del 20D ni las del 26J) tendría ahora la llave de todas las decisiones de un gobierno socialista débil, gracias a la “generosidad” y visión estratégica de un líder curtido en mil batallas de Argel.

En su valioso libro Maquiavelo frente a la gran pantalla, Pablo Iglesias habla de cómo el cine construye identidades y relatos dominantes, y dedica el epílogo a la posición de Felipe González sobre el terrorismo, para concluir con un pensamiento que, sin necesidad de encargar encuestas a Carolina Bescansa, podría aplicarse al líder de Podemos: “La diferencia entre los presidentes que pasan a la historia y los que mueren ahorcados, es sencillamente la diferencia entre la victoria y la derrota”.

Entre la victoria que Podemos tuvo en la mano, sin necesidad de vicepresidencias, y esta derrota instalada en el puente de mando. Como el coronel Jessep (Jack Nicholson) en Algunos hombres buenos, Pablo Iglesias debe responder a la pregunta “¿Ordenó usted el código rojo? ¿Ordenó el código rojo?”.

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[Post data galaica: Para la versión original, con subtítulos en galego, que se estrenará en octubre, la pregunta es: ante unos resultados en Galicia equivalentes a los del 26J en Madrid, ¿votaría Mareas/Podemos un eventual gobierno minoritario del candidato socialista Leiceaga o permitiría un tercer mandato de Feijóo? Miles de votantes tienen derecho a saberlo sin tapujos].


Ilustración: Antonio Huelva Guerrero.

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