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Es muy sencillo, señor Ministro: se lo voy a explicar como si fuera el “pinta y colorea” ese que han sacado en Zarzuela con la silueta de su Majestad. Verá usted: con su finura dialéctica, pisotea su vuecencia la Agencia Tributaria como un patán en una cacharrería; y no entienda mal lo de patán, no quiero decir que sea usted “zafio y tosco”, sino que me recuerda al perro Patán, el de Los autos locos, con su malévola sonrisa “ji ji ji…”

A ver, hombre de dios: generalizar diciendo “me caen mal los franceses”, o los catalanes, que están de moda -como si el zoquete que afirme tal cosa conociera íntimamente a todos los franceses o a todos los catalanes-, es de una burrez infinita, solo al alcance de exsocialistas magentas y juezas en excedencia. Cuando usted afirma “los medios de comunicación tienen una gran deuda con la Agencia Tributaria”, ¿se refiere a todos? ¿algunos? ¿cuálos? ¿usted lo sabe y no lo quiere decir? ¿o dice que le presionan, pero en realidad es usted el Patán que les amenaza?

¿Cómo que los medios tienen problemas y deudas? ¡Valiente novedad! Este ministro de Hacienda es el último en enterarse de lo que pasa en el País: sí, hombre, la prensa, la radio y las teles llevan años agobiados, al límite; ya no pueden exprimir más a sus plantillas, ni desprenderse de más periodistas, ni recortar más gastos. Hace tiempo que tocaron hueso. Más o menos, como el cine, las cajas de ahorros, las pescanovas, fagores, los autónomos, los cientos de miles de pymes exhaustas y las veinte mil empresas en quiebra. Es España entera la que está en concurso de acreedores, señor ministro y los medios de comunicación, también. Cosas de los periodistas, que tenemos la mala costumbre de comer caliente una vez al día.

Supongamos que un periódico (¿poderosísimo?) tiene problemas económicos y le llama a usted, el salvador de la patria, y le pide audiencia, y usted le recibe en su despacho de alfombras impolutas y bronces deminónicos, cuyo pulido pagamos los demás. La visita queda registrada en el control del ministerio: es fácil que en vez de decir “los medios” nos diga exactamente quiénes le han visitado en los dos últimos años, de modo que podamos relacionar las portadas montaraces con las visitas a su taller y las confidencias con el tocino.

Supongamos ahora que alguien de ese medio ahogado le pide a usted un favor; una ayuda que implique cohecho impropio, desviación de poder, prevaricación, amiguismo o todo eso junto: un aplazamiento o una condonación de esas que les hacen ustedes a los bancos y los bancos a ustedes. Caben dos opciones: usted, el superPatán de la hacienda pública, el ministro cotilla que conoce los secretos de la alcoba fiscal, accede a la petición y da trato de favor a ese periódico pedigüeño. O, por el contrario, es usted un talismán insobornable como la inspectora que no se arrugó ante Cemex, y no se presta al juego.

La cosa es sencilla: si un medio le ha pedido un favor y usted se lo ha hecho, los dos son reos de amiguismo y componenda: donde va la soga va el caldero, váyanse ambos a la cárcel o al carajo. Pero si usted ha sido un ministro recto y, como esa inspectora que ya tardan en condecorar, no se ha doblegado ante el amigo, el enemigo, la presión o el chantaje, entonces ese periódico o ese medio que le ha visitado en su despacho de alfombras florales de doscientos metros cuadrados tejidas en la Granja de San Ildefonso, no le debe a usted ningún favor y no tiene ninguna cuenta pendiente que agradecerle.

Cállese un poquito y que las actas e inspecciones sigan su curso, todos iguales ante la ley, sin que un ministro Patán conduzca la Agencia Tributaria como si fuera el chófer de los autos locos.