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¿Cómo habrían sido las cosas si, en vez de una falsa, impostada, artificial y torticera autonomía castellana y poco leonesa, hubiéramos tenido una organización territorial distinta?

¿Para qué le sirve al Bierzo la Junta de Castilla y León? ¿Para reírse de los bercianos y bercianas en nuestra cara?

La autonomía de Castilla y Poco León es un fracaso territorial (El Bierzo es un suburbio en la periferia del extrarradio), un fracaso político (sin pulso y sin poder), un fracaso administrativo (más burrocracia y menos eficacia), un fracaso económico (empobrecimiento y despoblación), y un fracaso social: no hay nadie que pueda sentirse ciudadano castellano-leonés, por más que nos lo refrieguen en la cara.

Si sumamos la indigencia del bercianismo político a la prepotencia de la Junta desde Valladolid, el resultado es letal para El Bierzo: una comarca a la deriva, sin liderazgo, sin identidad y sin futuro. Ni unos ni otros han sido capaces de formular un Proyecto de comarca ilusionante.

Cuando muchos colectivos ciudadanos ―ecologistas, feministas, comercio local, emprendedores, bercianos de la diáspora― cuestionamos el modelo de desarrollo que nos han impuesto desde fuera, desechamos también el relato publicitario de una Junta de Castilla y Poco León ausente y distante, y el cuento de un bercianismo ramplón.

Para construir un futuro distinto, urge desuncirnos del yugo de Valladolid, y urdir un nuevo tejido político berciano sin folcloradas. No necesitamos una Mesa de la última cena ―con los mismos apóstoles masculinos de siempre―. Necesitamos abandonar esa carcasa agusanada de la autonomía castellana y poco leonesa y construir desde abajo un edificio nuevo. A ser posible, sin cemento ni madera de sangre, con energías limpias y sostenibles.

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