—Objetivo 2030 de la ONU: Crear 470 millones de puestos de trabajo en todo el mundo para los que accederán por vez primera al mercado laboral.
—El reto del desarrollo sostenible es crear trabajo decente estimulando la economía sin dañar el medio ambiente.
Desde el punto de vista del trabajo, la historia de la Humanidad es una larga procesión de calamidades, anclada durante siglos en las más diversas formas de esclavitud, fomentadas y toleradas como algo natural, sin espanto, con bendiciones legales y religiosas y con derecho de pernada. Con todos los derechos de pernada imaginables.
Tras la Revolución Francesa, la primera Declaración de Derechos del Hombre [“Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”] abolió la esclavitud en 1794, pero el genocida Napoleón la restableció en 1802 y el tráfico humano siguió siendo legal en Francia hasta 1848. En Inglaterra la trata de esclavos se prohibió en 1807 y la abolición de la esclavitud llegó en 1833. En España hubo que esperar hasta 1880, casi cincuenta años de retraso, y aun en 1886 un real decreto de Alfonso XII liberó a los últimos 30.000 esclavos. Es decir, anteayer.
Durante todos esos siglos, ya fuera botín de guerra, excrecencia del régimen feudal o fruto siempre de la pobreza y de la miseria, el trabajo esclavo fue legal, protegido por Estados, iglesias, jueces y ejércitos; y aunque nominalmente la esclavitud ha sido abolida, en la práctica sigue existiendo en decenas de países y sigue sometiendo bajo su yugo a millones de seres humanos.
En el contexto abolicionista del siglo XIX, el periodista Charles Blanc publicó en 1839 el ensayo La organización del trabajo, inspirado en las tesis de Saint-Simon —“A cada uno según sus necesidades; de cada uno, según sus posibilidades”—, en el que defiende por primera vez la igualdad salarial y el derecho al trabajo. Cincuenta años después, en los albores de la industrialización y el productivismo, el filósofo Paul Lafargue reclamó El derecho a la pereza, donde propone jornadas laborales de tres horas y trabajar lo menos posible para disfrutar al máximo de los placeres físicos e intelectuales. Tesis utópica que ni siquiera está en el horizonte vital de millones de jornaleros y asalariados, condenados a la maldición bíblica: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3:19).
Por fin, la Declaración Universal de Derechos Humanos proclamó en 1948: “Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social”.
Desde entonces han pasado setenta años y aquel artículo 23 de la DUDH sigue incumplido, sangrante, por más que se siga repitiendo en todas las proclamas de derechos posteriores, incluida la que hoy nos ocupa, el octavo Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS 8): Derecho a un trabajo decente.
Un trabajo decente es lo que no tienen 172 millones de desocupados, ni los 700 millones de trabajadores en la pobreza extrema o moderada, que viven con menos de tres dólares al día. Ni los dos mil millones de trabajadores que tuvieron empleos informales en 2016, lo que representa el 61 por ciento de la fuerza laboral mundial [Datos ONU]. Ninguno de ellos tuvo ocasión de reivindicar y mucho menos disfrutar su derecho a la pereza.
Tampoco es decente que los hombres ganen un 12,5% más que las mujeres en 40 de los 45 países de los que tiene datos la ONU, ni que “la brecha salarial de género en todo el mundo se sitúe en el 23% y, si no se toman medidas, se necesitarán otros 68 años para lograr la igualdad salarial”.
Para concluir, de aquí a 2030 necesitamos crear 470 millones de puestos de trabajo en todo el mundo para aquellos que van a acceder por vez primera al mercado laboral. Frente al trabajo forzoso y todas las formas de semiesclavitud, asociadas a prácticas de explotación colonial, destrozo de la tierra y sus recursos naturales, las metas del ODS 8 pasan por modos de producción limpia y sostenible.
La ecuación de la igualdad y la justicia social pasa por el desarrollo sostenible: “En los próximos años las sociedades —también la nuestra— deberán crear las condiciones necesarias para que las personas accedan a empleos de calidad, estimulando la economía sin dañar el medio ambiente”.
Sin dañar el medio ambiente. Recuerden que estamos en Emergencia climática. ¡Arriba las ramas!
Enlaces de interés:
—Web de la ONU sobre los ODS.
—Alto Comisionado de España para la Agenda 2030.