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—Objetivo 2030 de la ONU: Reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial.
—La prioridad es decrecer: producir menos, gastar menos, consumir menos, derrochar mucho menos.
—La participación de las energías renovables en el consumo final de energía alcanzó solo el 17,5% en 2015.

 

El verbo «prohibir» no me entusiasma, es preferible «persuadir», «concienciar», «educar»; pero hay situaciones en las que solo sirven las medidas quirúrgicas. Cuando el 2 de enero de 2011 entró en vigor en España la llamada Nueva Ley Antitabaco, hubo quejas y voces de protesta, sobre todo en el sector hostelería, ¡la ruina! Para entonces, llevábamos muchos años tragando humo, propio y ajeno, en el aula, en el bar y hasta en la consulta del médico. La prohibición suscitó en poco tiempo tal grado de aceptación y consenso social, que hoy ningún loco se plantearía volver al humo tóxico, cancerígeno, mortal. La prohibición era muy necesaria y sigue siendo necesaria.

Algo similar —una prohibición clara y contundente— debiera regular cuanto antes el desaforado consumismo, del que no somos clientes sino víctimas. Ante la alarma climática, percibida cada día con más claridad por todos, no bastan paños calientes, ni el postureo de algunas grandes culposas multinacionales, que se apuntan hipócritamente a la moda de lo sostenible, mientras con las patas de atrás escarban en el patio tercermundista.

Pondré un ejemplo concreto: la empresa catarí El Corte Inglés ha puesto en marcha “el Movimiento por la Sostenibilidad con el objetivo de construir un entorno más saludable, sostenible y próspero para el planeta”. En relación con el #ODS12, la web del Corte Inglés suena a música celestial: “La finalidad en materia de producto es avanzar en economía circular, innovación sostenible y residuo cero, aprovisionamiento responsable y empoderamiento del consumidor”.

La campaña es inteligente pero, más que oportuna, oportunista, pues carece de credibilidad. Nadie creerá que ninguna empresa se ha vuelto de repente “ecologista de pro”, abanderando la lucha contra el cambio climático, cuando no ha abordado ninguno de los problemas estructurales que nos han conducido al desastre actual. ¿Han prohibido, del verbo prohibir, los plásticos de un solo uso en toda su cadena comercial, desde el proveedor, pasando por el embalaje y transporte, hasta la bolsita final que lleva a casa el consumidor? No. ¿Han reconvertido sus deslumbrantes edificios con millones de bombillas para optimizar el consumo de energía? No. ¿Qué tal una ley que les/nos obligue a usar energías renovables? Y así sucesivamente.

Esa cadena comercial y todas las demás, y sus proveedores, viven y multiplican beneficios gracias a la onda expansiva del consumismo; y por mucho que se vistan de lagarteranas, su modelo de negocio es el mismo que hace veinte años. Aunque ahora se digan “sostenibles”.

Es aquí, volviendo a la eficaz Ley Antitabaco, donde debe intervenir la prohibición quirúrgica: el supermercado del barrio al que acudo un par de veces por semana no eliminará las bolsas ni los alimentos envasados en plástico de un solo uso hasta que no se prohíba por ley. Una ley urgente y contundente, de aplicación inmediata, que tendría un alto consenso social. Porque la ciudadanía sí empieza a estar alarmada, cuando ve desastres y riadas que no comprende; y aunque se deje llevar por la inercia y la comodidad —como antes tragábamos humo los fumadores pasivos—, la concienciación es real. Falta una Ley Antiplásticos. Y luego, ver con qué sinceridad y eficacia la aplican las grandes empresas creadoras de consumo, con o sin postureo por la sostenibilidad.

¿Ha dejado su supermercado de vender agua plastificada? (una de las barbaridades más nocivas).¿Cuántos millones de toneladas de plástico tóxico hemos pagado los clientes a precio de solomillo o de jamón ibérico? El peso de cada envoltorio es insignificante, pero al cabo del año todas esas bolsitas mínimas suman ocho millones de toneladas de plástico vertido al mar, como denuncia Greenpeace.

Y ese es solo uno de los desperdicios producidos de modo irresponsable por el negocio consumista: “Cada año —según la ONU—, se calcula que un tercio de todos los alimentos producidos, equivalentes a 1300 millones de toneladas por valor de alrededor de 1000 millones de dólares, termina pudriéndose en los contenedores de los consumidores y minoristas, o se estropea debido a las malas prácticas del transporte y la cosecha”.

Todo este despilfarro mina el planeta y produce “degradación de la tierra, disminución de la fertilidad del suelo, uso insostenible del agua, sobrepesca y degradación del medio marino”. ¿Para cuándo, pues, una ley que penalice seriamente tirar comida o desperdiciar el agua? ¿Para cuándo la verdadera Emergencia Climática?

La pelota está también en el tejado individual de cada consumidor: “Si todas las personas utilizarán bombillas de bajo consumo, el mundo se ahorraría 120.000 millones de dólares al año”. En 2050 seremos más de 9000 millones de habitantes: a razón de un vehículo per cápita, ¿vamos a tener 9000 millones de coches?

“En 2050 necesitaremos el equivalente a tres planetas para proporcionar los recursos naturales precisos para mantener el estilo de vida actual”, dice la ONU.

El Planeta reventará pero ya no estaremos aquí para verlo. No tenemos tres planetas. No hay otro planeta. Alguien debería detener esta locura consumista: frente a la pléyade de economistas liberales y de bancos centrales, que siguen hablando de “crecimiento”, es hora de fijar como prioridad urgente el “decrecimiento”. Producir menos, gastar menos, consumir menos, derrochar mucho menos. Menos coches, menos bombillas, menos ropa de usar y tirar, menos obsolescencia precipitada, menos humos, menos plásticos, menos tubos de escape, menos chimeneas, menos fábricas. Más producción artesanal, más consumo directo, más escala humana: Lo pequeño es hermoso. Menos negocio y más placer, como aquella campaña tan lista de las tabaqueras: “Fume menos, sabe mejor”. Pues eso, consumamos menos y vivamos mejor.

Web de la ONU sobre los ODS.
Alto Comisionado de España para la Agenda 2030.
El Corte Inglés se apunta a la sostenibilidad.