* Novena edición en libro y primera en ebook.
* Un poema moderno que renueva el Romancero castellano: “Un caso único” (V. Aleixandre).
* La dignidad comunera frente al Absolutismo en 1521, grito de libertad durante la Transición, alza de nuevo su voz en 2015 frente a los ricos y poderosos.
Los universitarios de la República estudiaron Historia de España en los manuales de Rafael Altamira, regeneracionista que ya en los años 30 era doctor honoris causa por Cambridge y juez en el Tribunal de la Haya, exiliado como tantos otros en la sangría de 1936 y fallecido en México, en el olvido.
El Glorioso Alzamiento no consiguió, sin embargo, borrar de inmediato todos los libros y huellas republicanas: conservo con cariño un ejemplar de Historia de la civilización española de Altamira, publicado antes de la guerra, en 1935, que estudió mi padre en Oviedo en 1943. Tras llamar por su nombre al despotismo de Carlos I y referir la sublevación comunera, el profesor Altamira añade: “La decadencia política y la acentuación del absolutismo real fueron acompañadas por la bancarrota de la Hacienda y la miseria general del pueblo”.
Esto estudiaban en la postguerra los hijos de la república; pero luego el régimen se aplicó para ir depurando uno a uno los autores y los textos peligrosos de modo que, cuando treinta años más tarde me tocó el turno, mi primer libro de Historia de España (Bruño, 1965) presentaba al emperador Carlos I de España y V de Alemania como un verdadero héroe, devoto vencedor de la herejía protestante. Tal es la historia que nos han contado a los de mi generación: conviene releer los manuales escolares de entonces para entender de dónde venimos. Transité un bachillerato gris, con algún “comunista” infiltrado en el claustro del Instituto Gil y Carrasco, que nos proyectaba El acorazado Potemkin clandestinamente; y nunca nadie nos habló en veinte años de formación primaria, media y superior del absolutismo de Carlos I ni del suceso más importante en la historia de su reinado: la rebelión de los Comuneros.
Villalar durante la Transición
Hubieron de pasar varios años más hasta que en abril de 1977 viajé a la campa de Villalar, atraído por aquella sed y ansia de libertad que apenas florecía. En los años de la Transición, Villalar emergió como un potente imán, un faro iluminador al que miles de personas acudimos necesitados de oxígeno, hartos de un régimen que seguía quemando herejes, protestantes y protestones. El año anterior, 23 de abril de 1976, algunos herejes promovieron en Villalar el primer homenaje a Padilla, Bravo y Maldonado, un renacido grito comunero, abortado por la Guardia Civil, que cortó las carreteras y cargó contra manifestantes que portaban un pendón morado. Ya andaban por allí Agapito Marazuela y Nuevo Mester de Juglaría; y ya andaba por allí el poeta Luis López Álvarez, cuyo nombre está desde entonces unido al primer aliento de la Transición, a aquel necesario despertar a la libertad conquistada.
Su poema Los Comuneros, publicado en 1972, acababa entonces de ser musicalizado por Nuevo Mester de Juglaría, y en 1977, en la campa ardiente de Villalar, un día hermoso de primavera, escuché por vez primera el romance de mi paisano Luis López Álvarez, que hoy tengo el honor de editar, por novena vez en libro y por primera vez en soporte digital, en ebook que abra lecturas en ipads y tabletas a las nuevas generaciones.
Lo edito con el mismo respeto y emoción con que aquel 23 de abril de 1977 escuché sobrecogido este romance que cuarenta años después me emociona como el primer día. Versos que nos erizan la piel y nos recuerdan que la lucha comunera continúa, porque sigue vivo el absolutismo cortesano, pervive la miseria del pueblo y aún quedan muchos encinares por quemar. ¿O será necesario recordar que en el año 2015 uno de cada cuatro ciudadanos, 13 millones de españoles, son pobres, según Cáritas?
La gestación del poema
El autor ha recordado cómo fue la gestación del poema que hoy conocemos universalmente como Los Comuneros: “Desde 1962, había comenzado a anotar en mis agendas algunos datos sobre mis correrías por los lugares comuneros. Así, el 29 de enero de 1967 consignaba: «Reflexioné sobre la proyección actual de los comuneros». El 28 de febrero siguiente anotaba: «Soñé con los comuneros» (…). El 26 de marzo de ese mismo año intentaba, sin lograrlo, escribir los primeros versos del poema, mas al día siguiente pude ya consignar: «Di el primer impulso a mi Romance de los Comuneros escribiendo varios centenares de versos». Para lograrlo, me volví a encerrar solo en mi casa de París, a unos centenares de metros de la torre Eiffel, los días 12, 13 y 14 de abril de 1969, rodeado de mapas, planos, fotos y notas, olvidándome del ritmo normal de día y noche hasta lograr escribir de un solo golpe otro gran tramo del romance. Experiencia que había de repetir entre el 17 y el 27 de diciembre del año siguiente sin salir de casa, sino para dar algún corto paseo de madrugada”. [Prólogo a la 8ª edición].
Para dar forma a su materia poética –escribe el crítico Gavilanes Laso-, “el autor eligió vocablo, verso, ritmo y modelo estrófico que más le convenía: el romance, una serie indefinida de versos octosílabos que riman en asonante los pares y quedan sueltos los impares. (…) No hay que olvidar que el romance es el tipo de poema de mayor vigencia en la tradición literaria española. Ni tampoco que la medida octosilábica se acomoda, a la perfección, a la unidad melódica o grupo fónico más frecuente en la expresión oral de los hablantes hispanos” [Prólogo a la 7ª edición].
La escritura del romance se extendió durante casi cinco años en los que el poeta trabajó arduamente la inspiración “a grandes tramos”, siete u ocho arrebatos poéticos que, tras meses de maduración, fluían como torrentes de versos durante horas, días, semanas. López Álvarez comenzó a intuir su poema en enero de 1967 y lo dio por concluido en marzo de 1971, haciendo una grabación que hizo escuchar a su amigo Luis Carandell y, la tarde del 30 de marzo, al Premio Nobel Vicente Aleixandre, quien entusiasmado escribió el prólogo a la primera edición. “Los Comuneros tiene todo el sabor antiguo de la expresión vieja, pero al mismo tiempo tiene una resonancia moderna en el espíritu del que lo escucha. Ha habido un remozamiento dentro de la conservación de la tradición: algo muy difícil de lograr hoy. Intentos así, modernos, colmados, plenos como este, no recuerdo ninguno, me parece un caso único”, escribió Aleixandre.
Ediciones anteriores
Con el poema bendecido por el Nobel, Luis viajó a Barcelona para proponer su publicación a la editorial Estela, que dirigía Alfonso Carlos Comín, “con el propósito inicial de publicar el romance sin firma, como fruto de algún autor anónimo”. Cuando Estela había decidido publicar el poema, con ilustraciones del catalán Guansé (las mismas que acompañan fraternalmente esta novena edición), una sanción gubernativa, la censura de la época, se interpuso en el camino y el poema lo editó desinteresadamente en 1972 Cuadernos para el Diálogo, que dirigía Pedro Altares. Eran tiempos de resistencia y solidaridad, no tan distintos de los actuales.
Desde entonces, este canto a la libertad, convertido por Nuevo Mester de Juglaría en himno de la dignidad de Castilla, se ha editado en ocho ocasiones. Esta novena edición, y primera en ebook, se presenta en sociedad con la hospitalidad del Ayuntamiento de Villalar, del Ayuntamiento de Ponferrada y de la Asociación de Libreros de Ponferrada, y se adereza con aquellas diez láminas inéditas, dibujadas en 1972 por el ilustrador catalán Antonio Guansé [Tortosa, 1926–París, 2008] para la primera edición. El juego visual de Guansé, con las horcas y engazos campesinos convertidos en elemento de diseño libertario, se ha convertido con el paso del tiempo en un emblema de Castilla comunera, un símbolo perfecto de la tierra, el trabajo y el sudor.
En estos días de vino turbio y corrupción sangrante, de despidos y desahucios a los más humildes mientras la nobleza se regodea en sus tarjetas black y sus cuentas en Suiza, la actualidad de Los Comuneros es definitiva. Lean el poema: si fue necesaria la dignidad comunera para desafiar al poder absolutista en 1521, y necesario fue durante la Transición el grito de libertad contenido en estos versos, hoy, en 2015, sigue siendo imprescindible recordar a los ricos y poderosos que “cuanto más vieja la yesca, más fácil se prenderá, cuanto más vieja la yesca y más duro el pedernal. Si los pinares ardieron, aún nos queda el encinar”.
@Valentín Carrera