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Circula la idea de que Enrique Gil era un tipo serio y adusto, pero si uno se sumerge en su obra comprueba que, sin llegar a ser un cachondo mental, tenía un gran sentido del humor y cuando algo le enfadaba no le dolían prendas.
En su viaje por los valles y monumentos del Bierzo, que describe en ocho artículos publicados en el diario El Sol en 1843 y ahora recogidos en el volumen III, Viaje a una provincia del interior, de la BIBLIOTECA GIL Y CARRASCO, nuestro viajero se enfada con los desaguisados que encuentra en Montes o en Carracedo, y, como buen progresista y liberal, saca a relucir su artillería anticlerical: “Triste es el vandalismo de las guerras y revoluciones, pero el que se oculta detrás de las corbatas y hopalandas, es cien veces más odioso y repugnante”.
En la catedral de León encuentra unos “arcos bastardos” en el claustro, añadidos al edificio, “que así le sientan como otras tantas verrugas en el semblante de una mujer hermosa”. En la catedral de Astorga se detiene ante un capitel que representa la Lujuria “con una fealdad que hace perder el mérito de huirla”, y en la de León se ríe de otros relieves femeninos en las puertas del trascoro, por “el dibujo musculoso y atlético de aquellas mujeres, que por sus miembros más parecen gañanes”.
Y no se corta para descalificar “la cúpula pobrísima y ridícula” que corona el crucero, “totalmente ajena o, por mejor decir, contraria al plan del edificio (…) se ve también que el arquitecto de buen gusto que ideó la moderna cúpula sólo alcanzó a hacer la cubierta de una empanada”.
Frailes vándalos, doncellas como gañanes, una empanada por tejado y una Lujuria como remedio contra la lujuria: cuatro perlas que Gil firma con gozoso sarcasmo y sin contemplaciones.

 

Enlaces wiki románticos:
Imagen: capitel la Lujuria, catedral de Astorga
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