En mi barrio hay una señora triste y ausente que todas las mañanas y todas las tardes pasea incesantemente un trozo de acera, siempre el mismo, arriba y abajo, otra y otra vuelta, con un pitillo en los labios y una cajetilla de rubio en las manos nerviosas y crispadas. Pensar que quizás esté enferma, no alivia la desazón que me produce verla cada día, siempre triste y siempre ausente.
Foto Álida Ares.