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Martes 8, según el santoral católico, día de los Santos Mártires Coronados: que nos den la corona y una indemnización por daños y perjuicios a los sufridos espectadores del debate, combate, embate y, como pronosticamos, empate. Lo peor que le puede pasar a esta campaña es que sea previsible: pues ocurrió. El debate del lunes, visto por once millones de espectadores, fue previsible hasta el aburrimiento. Tan sin salirse del guión, tan al milímetro, tan cargado de asesores y prevenciones, tan rígido y encorsetado, que podrían haberlo hecho dos actores profesionales, interpretando el guión previamente escritos, y nadie advertiría el engaño. Y ahora que lo pienso, ¿no habrán sido, los del lunes, dos dobles muy bien caracterizados? Ya se sabe que los del cine hacen virguerías en materia de maquillaje y peluquería. ¡Claro: ahora encajan las piezas: eran Gabino Diego y José Coronado! ¡Qué perfecta representación!

Enhorabuena a la Academia y a sus magníficos maquilladores. Algún lector pensará que no es muy serio tomar distancia irónica o sarcástica con el debate, pero lo único poco serio es todo ese despropósito en torno al debate. Que sea único y en singular (“El Debate”), que sea a dos, que sea en formato extra-largo, que sean monólogos intercalados, que no haya periodistas ni preguntas, ni ciudadanos, ni espectadores. Que todo quede en un mano a mano me lo guiso y me lo como. Todo esto es imposible de asumir democráticamente, por mucho que lo bendigan los sanedrines del PP y del PSOE, y solo ellos, aplicando la ley del embudo y ninguneando al resto de las candidaturas; y por mucho que lo bendiga la Junta Electoral. Por lo demás, está todo repetido hasta la saciedad en los medios: tal es la característica de esta campaña, la reiteración.