“Lo pequeño es hermoso” es el lema de esta sección, en homenaje al libro del economista alemán E. F. Schumacher, más actual y necesario hoy que en 1973, cuando se publicó. Un libro que nos habla de “volver al tamaño correcto del hombre [y de la mujer]. El hombre es pequeño y, por lo tanto, lo pequeño es hermoso. Perseguir el gigantismo es buscar la autodestrucción”.
Nuestros gobernantes no han entendido nada de lo que está ocurriendo —no me refiero solo al actual desastre del PP de Rajoy, sino también al PSOE, y a todos los anteriores, pero sobre todo al IBEX35, las constructoras, el Club Bildeberg (que decide en el coffee break de Baltimore la suerte del Banco Popular), al palco del Bernabéu y a todos los Villar Mir y Florentinos que parasitan los presupuestos públicos—. No han entendido nada, desde el nefasto presidente del Gobierno hasta el último de sus concejales.
¿Por qué de ellos no saldrán nunca las soluciones a los problemas reales de la población? Su escasa imaginación política sigue pensando en toneladas de cemento y metros de asfalto: millones y millones de euros públicos se van cada año en obras inútiles, faraónicas, absurdas. Hay municipios rurales del Bierzo que tienen kilómetros de aceras asfaltadas y sembradas de farolas, con un modelo de urbanización patético. Santa Diputación del Bendito Riego Asfáltico. Parece ser que da votos, aunque cada vez menos, porque ya no queda gente en los pueblos. Cuando acaben de asfaltar Ancares y Fornela, el último que cierre la puerta.
Ancares y Fornela. Me cuenta Yuma, un luchador que sabe de lo que habla porque vive con los pies en la tierra, literalmente, y no pisa los despachos alfombrados de los palacios, que Fornela tiene una densidad de población similar a la de Siberia. Apenas un centenar de habitantes permanentes en todo el valle: 38 en Trascastro, 28 en Fresnedelo…
Han desaparecido las escuelas —gravísimo error, ir eliminando la unitarias, una por una— y con ellas los niños y niñas, los maestros, las familias, el médico, la farmacia, el cura, la guardia civil y el bar de la plaza, que era a la vez tienda y supermercado, centro de convivencia y punto de encuentro. Pero los planes de obras se mantienen impertérritos, asfaltando las entradas de las cuadras en las que hace años no hay vacas ni gochos.
Todo este concepto de obra pública que venimos arrastrando es una gran mentira: la incapacidad de nuestros gestores para escuchar la realidad y el negocio de las constructoras, que ponen y quitan alcaldes, alcaldesas y ministros. La huella plasticosa de ciertas empresas se extiende por toda la geografía: en cualquier pueblo del Bierzo es más fácil encontrar un cubo de basuras verde, vendido por una empresa madrileña del oligopolio electricidad-agua-basuras, que encontrar una persona. Insisto: hay pueblos que tienen más cubos de basura que vecinos. Los vecinos no son negocio, los ciudadanos somos costosos para el sistema; y los de cierta edad, una ruina; si son niños, un derroche. Todos a la ciudad, a consumir hamburguesas y camisas de Zara en Los Rosales. A morir desarraigados, en la soledad del 4º C.
Mientras, Siberia avanza por el territorio berciano y los políticos de asfalto y cemento prometen cada cuatro años el AVE, la conexión con Ourense o con Braga, o con Frankfurt; da igual si araña algunos votos, la profecía de Schumacher se cumple inexorablemente: “Perseguir el gigantismo es buscar la autodestrucción”. Un gigantismo que produce, como vio Schumacher proféticamente en 1973, “desempleo masivo, migración masiva a las ciudades, abandono rural y tensiones sociales intolerables”. No una sociedad mejor, sino una sociedad peor.
Por eso hay que volver a lo pequeño. A los pueblos pequeños, a las viñas pequeñas (antieconómicas, sí), a los cultivos caseros (sin pesticidas), al huerto familiar y a las ferias y mercados más próximos al trueque que a la tarjeta VISA. No hace falta renunciar a los avances de la medicina o la cultura, al progreso de la sanidad y la educación públicas que mejoran nuestra calidad de vida; no se distraigan en ridiculizarme.
Ahí es donde a nuestros políticos, les falla la imaginación. Si para calentarnos importamos gas natural de Argelia, necesitaremos una tubería hasta cada rincón de Ancares, una malla mortífera atravesando el territorio, mientras toneladas de combustible natural se acumulan en el monte para arder en verano, cuando menos falta hace la calefacción. El mundo al revés, pero no recuerdo ningún plan municipal, provincial o estatal para instalar cocinas económicas y calderas de leña en todo el territorio. Schumacher habla de “tecnología de la autoayuda, tecnología democrática o tecnología del pueblo”. Senderos en vez de autopistas.
Millones de kilos de cerezas, frutas y hortalizas salen del Bierzo cada año a granel para dejar lejos la plusvalía; pero luego compramos salsa de tomate triturada y cerezas en almíbar. Nunca escuché un plan de la diputación “Plusvalía de la Huerta 100%” que tenga por objetivo que no escape un solo kilo sin transformar y rendir, aquí, todo su beneficio económico y social. Y así sucesivamente, cientos de medidas “pequeñas”, ecológicas, no agresivas, conservadoras del tejido social, respetuosas con el ambiente. Todas son un mal negocio para el IBEX35 (“la religión de la economía”), que nos prefiere a todos convertidos en consumistas compulsivos, pero son un buen camino para el verdadero progreso. ¡Arriba las ramas!
Más información: Lo pequeño es hermoso, de E. F. Schumacher, 1973.