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—He visto rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de las Crestas de Ferradillo, que se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia

(…) Cuando se acerca el plenilunio, escucho de nuevo la voz de la abuela María Fierro, enlutada, con el mandil cargado de peras carujas o de nueces, o quizás unas pasas o un almendrado escondido para el nieto —benditas chuches—; pañando sarmientos para la lumbre o atareada por los rincones de la casa, musitando su coplilla: “No hay luna como la de enero, ni amor como el primero”.

 
Y cada enero, cuento a mis hijas el cuento de la bisabuela —ese dicho que os he dicho que me ha dicho—, para que el eco de su voz ancestral resuene dulce en sus oídos, y la luz maternal de su luna bañe sus rostros y su camino. Les cuento —como niñas con la cabecita sobre la almohada; que contar es vivir, y somos lo que contamos— los decires tan antiguos que aparecen en refraneros del siglo XVI: “En enero, echa una firma al brasero”.
 
Y ya no se quejan como adolescentes impertinentes —“Pero, Papi, ¿otra vez con la luna llena?”—; sino que me piden de nuevo, como niñas de ojos grandes, pero dormilones: “Cuéntanos otra vez, Papi, el cuento de la abuela María, y cómo encendía el fuego temprano para hacerte un desayuno de chocolate con besos”.
 
Leer artículo en La Nueva Crónica.

Foto: Valentín Carrera con Alicia, Sandra y Coco en las crestas de Ferradillo, de Anxo Cabada.