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Doña Letizia empezaba a estar realmente cabreada ante aquel desfile de testosterona declinante: había soportado callada la primera ronda de visitas, en la que el pánfilo Mariano humilló a su marido rechazando el ofrecimiento real por primera vez en la historia. Había asistido a la segunda ronda de postureo. Y ahora amenazaba con volver a palacio aquel ramillete de fracasados.

—Ya lo dijo Obama, cariño: si quieres que las cosas cambien, cambia tú de método –afirmó la Reina, entrando en el despacho de Su Majestad Felipe VI, por la puerta secreta que daba acceso a las cámaras privadas.

—¿Qué pretendes ahora? –repuso el monarca con una sonrisa traviesa y cómplice.

—Olvídate de estos mendrugos, Felipe. ¡Llámalas a ellas! –dijo su esbelta realeza–. Mira, te he hecho una lista.

Don Felipe tomó la nota y leyó el breve manuscrito:

“PP, Andrea. PSOE, Meritxell. Ciudadanos, Arrimadas. Podemos, Teresa. IU, Sol Sánchez”. Sin duda, cinco mujeres de mucho fuste, a la sombra de sus respectivos jefes.

—El problema, mi querida Leti, es que ninguna ha sido candidata.

—Sí, cari, pero la Constitución te permite proponer a quien tú consideres. ¿No están hablando de resucitar a Felipe González? Hazme caso, en esta lista está la solución.

Se abrazaron y besaron como adolescentes, con la pasión de su reciente segunda boda bajo las palmeras del Caribe, y guardaron el postre para después de la cena. Doña Letizia se ausentó por la puerta discreta y don Felipe llamó a su ayudante y le entregó la nota escrita con caligrafía femenina:

—¡Convócalas!

El asistente militar sudó: ninguna estaba en la agenda de Palacio, ni siquiera en el listín telefónico del CNI. Tuvo que buscar en la web y eso le resultaba muy complejo.

Abrió la ronda Andrea Levy Soler, abogada, catalana, 32 añitos, la alegría de la huerta popular, experta en relaciones internacionales, hablaba idiomas con soltura: ¡qué diferencia con Mariano! Conversar con ella era hablar con el país real, aunque tenía una mancha en su currículum: había trabajado en el despacho de Miguel Roca, el abogado de su hermana…

La segunda en acudir a Zarzuela fue otra catalana inteligente, la socialista Meritxell Batet, una trayectoria impecable y siempre un gesto cordial. “Esto es lo que necesitamos. ¡Qué lista es mi Leticia!”, pensó el Rey al despedirla con dos besos. Le siguió Inés Arrimadas, otra catalana que ejercía de jerezana, o al revés. Un poco más cerrada y de gesto duro, pero capaz de escuchar sin gritar.

Convocar a Teresa Rodríguez no fue fácil: la cúpula de Podemos se resistió como gato panza arriba. Letizia no se quiso perder la recepción y Teresa cautivó a Sus Majestades con su mirada limpia y su palabra tranquila, persuasiva, enérgica. Y humilde. Cuando se fue, Felipe confesó a su esposa:

—Esto es lo que necesitamos.

—Te lo dije.

Hubo una quinta visita, mientras en los estados mayores de los partidos crecía la estupefacción y la impaciencia.

—¿Y esta Sol Sánchez quién es?

—La que sale en todas las ruedas de prensa calladita al lado de Alberto Garzón. Una de las cabezas pensantes de ATTAC, una activista ejemplar. No la conoces porque nunca le dejan hablar: la política masculina es así.

Don Felipe quedó impresionado por la coherencia del discurso de Sol Sánchez, la sinceridad de Teresa, la disposición bisagra de Arrimadas, la cordialidad de Andrea Levy, la inteligencia de Meritxell. Ni una mala palabra, ni un grito, ni un desplante. Habían pasado de competir por ver “quién la tiene más larga” a conjugar el verbo cooperar.

Tenía razón Letizia, en aquella lista estaba la solución. Cuando la futura presidenta Meritxell Batet recibió de Su Majestad el encargo de formar gobierno, crujieron las podridas estructuras masculinas de los partidos alfa, beta y gamma; y a la altura de marzo de 2016, anticipándose a la conjunción sideral que llevaría por primera vez a una mujer a la Casa Blanca, España estrenó su primera Presidenta de Gobierno y entró en la modernidad.

@ValentinCarrera [con la opinión de Sandra y Alicia Carrera Castaño]
Foto: Rajoy hace la cobra a Sánchez, agencia EFE

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