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Un tuit me dio la clave:
-¿Viste La Constitución?; me gustó más el libro que la película.
A mí también me gustó más el guión; no es que esté bien escrito, la gramática y la caligrafía son algo desaliñadas y los personajes chirrían; pero tiene la soltura y el desenfado de una opera prima, escrita con más entusiasmo que talento.

Luego, la adaptación de La Consti a la realidad nos ha salido floja y desvaída de color, los padres de la patria evolucionan fatal, se han ido acartonando y los diálogos son rígidos. A medida que avanza la peli, la trama pierde interés; hay secuencias, como esa de los derechos fundamentales, que son de coña, un insulto a la inteligencia del espectador.

Cuando se estrenó en 1978, La Consti estaba bien, era modernita sin llegar a vanguardia, molaba ver aquellos primeros destapes, recién salidos de la dictadura; pero, esto de que la repongan todos los años es insufrible, parece la de “Moisés” en Semana Santa; prefiero una de Billy Wilder, que al menos es humor inteligente y no engaña.

Aprovechando este puente –gracias a la oportuna promesa electoral incumplida por Rajoy-, he decidido ver la peli en versión digital, remasterizada en catalán. Me pongo cómodo, mantita de jubilado para no gastar en calefacción, que está a un euro el litro de gasóleo, y zapatillas raídas a cuadros. Mi uniforme laboral como parado nº 4.907.818: en España, todos los días son lunes al sol para cinco millones de colegas que no salimos en la peli.

Antes de verla me wikipedio en la nueva enciclopedia universal diseñada por Borges y aprendo que La Consti fue rodada, digo ratificada en referéndum el 6 de diciembre de 1978 por el voto de 15.706.078 españoles, contando 480.000 vascos y vascas.

No recuerdo qué hacía yo en diciembre de 1978. Ni siquiera sé si vote, aunque nos dieron la mayoría de edad por los pelos, un decreto de 16 de noviembre, quince días antes del referéndum. Acababa de llegar de una expedición por Perú y, con veinte años recién cumplidos, la Constitución me preocupaba tanto como a los chavales que hoy tienen veinte años: nada. En diciembre trabajaba como corresponsal de La Región en Santiago y la crónica del día seis se tituló así: “Mañana, primer pleno post-constitucional de la Xunta de Galicia…”.

Leído hoy, parece que lo de “post” sobra; era, simplemente, el primer pleno constitucional, como nuestro primer polvo constitucional, ¿te acuerdas, cariño? Pero necesitábamos subrayar el nuevo status frente a la Xunta pre-autonómica y a la universidad potsfranquista. Aquel primer día constitucional, el Presidente de la Xunta de Galicia -el veterano y patriarcal Antonio Rosón-, se reunió con los presidentes de las cajas de ahorro… mal empezó la película y ya veis dónde hemos acabado.

No, el libro no está mal; me gusta mucho el capítulo ese del derecho al trabajo, artº. 35; lo de “todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada”, artº. 47; el de la libertad de expresión, la igualdad ante la ley y todos los demás derechos. Sobre el papel es un capítulo apasionante, eh; pero la película nos ha salido un bodrio: cada vez que salen desnudos el Rey y su yerno, los diputados y diputadas, los jueces y registradores, es que te mueres de risa… o te mueres de miedo.

Foto Iris Sunseg