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La igualdad de las mujeres es el nudo que desatará la verdadera transición a la democracia en Irán y en todo Oriente Medio.

¿Por qué afirmamos que Irán es una olla en ebullición, un país maduro para protagonizar la primera transición a la democracia en esa zona del mapa, para encauzar una Transición, no a la manera española, sino a su propia manera persa?

Tras la crisis social y política de 2009, con el indigno pucherazo electoral de Ahmadineyad, el recrudecimiento del fundamentalismo y de la represión, las cosas comenzaron a cambiar seriamente en el país: “Cuatro factores decisivos  -escribe Merinero- erosionan el sistema patriarcal dominante y perforan el régimen: a) La demografía, un 60% de la población menor de 25 años, jóvenes que no han vivido la revolución y cuestionan restricciones triviales (vestido, ocio). b) La urbanización: el 70% de la población iraní vive en ciudades. c) El discurso “juvenil” cuestiona la Guerra de Irak como referente en la memoria colectiva que aliente el nacionalismo iraní, y cuestiona los lobbies incontrolables (Guardianes de la Revolución o pasdaran, veteranos de guerra y paramilitares o bassiyi) fruto de aquella guerra, reconvertidos en vigilantes de la moral, “temidos y despreciados socialmente”). Y d) La extensión masiva de la educación y su rapidísimo desarrollo: universidades privadas en 140 poblaciones; alto porcentaje de estudiantes femeninas; un país donde se publican 30.000 libros cada año”.

Estos son los verdaderos mimbres sociales del país emergente: cincuenta millones de niños, niñas, adolescentes y jóvenes ajenos al discurso militar de sus abuelos, y aún más ajenos al discurso de la revolución islámica; tampoco entre sus preocupaciones vitales está la cuestión nuclear.

Millones de jóvenes con estudios universitarios, que hablan inglés, tienen su smart phone, su Ipad, su tablet, adictos a Instagram y a otras redes sociales, incluidas las censuradas, hábilmente crakeadas. Irán es el país con más blogueros per cápita del mundo.

Y Estados Unidos, lejos de ser el enemigo exterior de sus abuelos, es la fuente de donde vienen las aplicaciones para móviles: cuando no pueden pagar en Amazon o en la Apple Store, por el bloqueo financiero, hacen las compras a través de Dubai. El régimen hace tiempo que ha perdido este pulso y lo sabe, e incluso se lucra por la puerta de atrás del mercado negro, por ejemplo de antenas parabólicas.

Pero nos confundiremos, como tantas veces antes ha hecho Occidente, si pensamos que alguien desde fuera (salvo la propia diáspora iraní) puede dictar, dirigir o encauzar la transición persa. Los iraníes están convencidos de que encontrarán su vía de modernización y secularización propia. “Los iraníes  -dice con lucidez María Jesús Merinero- articulan armoniosamente Islam, nacionalismo y mundialización (…). De ahí que no cuestionen sus orígenes e insistan en que su mensaje renovador debe interpretarse como consecuencia de un proceso de evolución interna y apertura, al ser capaces de dialogar no solo con otras identidades o culturas, sino con el propio pasado, presente y futuro”.

Esta es la idea fuerza que debemos contemplar en Irán: aceptar sin intromisiones que encuentre y construya su vía de modernización propia.

 

Hay islamistas reformistas, intelectuales críticos y teólogos disidentes capaces de “sacar lo religioso del centro” (como Soroush, Shabestari, Ali Montazeri o Mohsen Kadivar). Hay demasiados iraníes en la diáspora capaces también de participar en el proceso, como Shirin Ebâdi, única musulmana Premio Nobel de la Paz, que sigue trabajando por los derechos de las mujeres.

Hay caminos a la democracia como “la presión desde abajo” [Hajjarian: resistencia pasiva, no cooperación y no violencia], que pide Akbar Ganji desde la cárcel, lo que nos recuerda tanto a los últimos presos políticos de Franco en Carabanchel.

Y hay, para concluir, un magma insondable de mujeres “pragmáticas e insumisas”, feministas y progresistas iraníes que desafían la interpretación patriarcal del fiqh (sistema jurídico islámico); pero también existe la mujer hezbollah, afiliada al grupo jomeinista para ascender socialmente o por convicción ante Occidente.

Cuando en Europa alguien tiene la tentación de considerar la imposición del velo como algo menor, conviene saber que nuestra lente está deformada: “Muchas jóvenes aceptan el hîyab o pañuelo para obtener el permiso paterno para ir a la universidad o trabajar fuera del yugo familiar. La obligatoriedad del hîyab les ha inclinado a transformarlo en un objeto de moda, creando el «shah-Dior» -juego de palabras que evoca el chador sustituido por la expresión cercana fonéticamente que incluye la moda elegante del modista Dior” [Merinero].

Millones de chicas que quieren practicar deporte y acudir a los estadios de fútbol, viajar o ampliar estudios en el extranjero sin perder sus raíces, cantar, bailar, pintarse y maquillarse. Millones de chicas que, bajo el velo o el chador, visten de Zara y Dolce Gabanna.

Este es el asunto más complejo de Irán, el verdadero nudo gordiano, mucho más decisivo que la cuestión nuclear (a fin de cuentas, un asunto de testosterona entre bushes y admadinayades).

Oriente Medio es el tablero donde “se juega la estabilidad global del planeta en las próximas décadas”; pero con o sin programa nuclear, es la revolución de las mujeres la que tiene la llave de la transformación iraní: la Transición se construye bajo el velo, y el velo está a punto de caer. La soñadora Marjane lo sabe y ella, que construye con sus amigas el nuevo Irán bajo el velo, conoce el camino: “Lo que se dice de Irán es injusto y parcial, no somos terroristas ni enemigos de nadie. No somos invasores ni violentos. Somos gentes de paz, un pueblo amable y culto. La mejor ayuda es hablar de las cosas buenas de nuestro país”.

El actual presidente Rohani, doctor en Derecho en Glasgow y miembro de Clero Combatiente, la tendencia más izquierdista del clero iraní, representa  la esperanza de millones de mujeres que, bajo el chador, hace tiempo se han levantado el velo. Las apariencias engañan.

Rohani cree en el Estado de Derecho y sabe que su principal dificultad vendrá del poder patriarcal, pero la sociedad iraní está madura y su mayor fuerza, por concluir con una nueva cita de Merinero, es la energía que hace temblar al resto de las regímenes autoritarios y patriarcales de la zona: “La fuerza actual de Irán no es su bomba atómica, todavía virtual, sino su Islam moderno que puede trastornar y perturbar a todo el mundo musulmán”.

Welcome to Irán!

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