Escribir acerca de un amigo es siempre meterse en un brete: si le elogias, todos dirán que son palabras complacientes, fruto del afecto; si le criticas, te expones a sus iras; por escribir algo inadecuado, insensato de mí, hace años un pintor amigo me retiró el saludo. Quisiera tener el temple crítico de Enrique Gil y Carrasco, que no vacila en su juicio severo y aquilatado sobre la poesía de su más íntimo amigo y protector, Espronceda.
En esa y en otras críticas de Gil a colegas cercanos, no le rindieron conveniencias ni complacencias. Tal es el espejo, querido Pepe Carralero, en el que quisiera verme reflejado; que el pulso no tiemble y seamos comedidos en el elogio y acerados en la observación. Oímos alrededor tantas músicas celestiales, lisonjas y discursos vanos, y somos la humana gente tan propensa a vanidad de vanidades, que a poco que se empeñe algún pariente berciano, un concejal de fiestas o un sepulturero, acabamos por creernos el ombligo del universo.
Habrás visto que andan unos jueces tarambanas en los papeles y en las televisiones discurriendo si haberse tirado a la hija del reo es causa o no de recusación, ya sea por amistad íntima o enemistad manifiesta, como dice la ley. Por seguir el modelo crítico de Enrique Gil, he desplegado sobre la mesa media docena de libros y catálogos de Pepe Carralero, todos con su dedicatoria autógrafa, prueba forense de parcialidad y motivo de abstención que no podré negar. No pudiendo evacuar el juicio imparcial y severo que Gil esclarece, ni siquiera un peritaje a solicitud de la compañía de seguros, no me queda otro remedio, querido Pepe, que rendirme a la evidencia de tus enamorados paisajes y, la rodilla hincada en tierra y una copa de mencía en la zurda, confesarme carralerense.
Mi Word Edition detecta “carralerense” como palabra no registrada en su diccionario y la marca en rojo, pero ignoro la advertencia, ¡qué sabrá Bill Gates de tribus indígenas! Somos muchos, dentro y fuera del Bierzo, los carralerenses que profesamos el carraleresismo, a saber, según el Diccionario de la RAE: “Dícese de los rendidos admiradores de la pintura de los Hermanos José y Rafael Sánchez Carralero”.
Pepe, de quien hoy escribo con motivo de su magna exposición retrospectiva en el MARCA y de las merecidas Jornadas de Autor que le dedica el Instituto de Estudios Bercianos; y Rafa, eterna gratitud a quien dirigió y alentó mi tesis doctoral en Bellas Artes en la Universidad de Salamanca y a quien envío un fraterno abrazo. ¡Cómo no sentirme profundamente carralerense! Hemos reído juntos, Pepe (no todo lo que quisiéramos, el tiempo ameno es escaso y nos hurtamos más de lo debido) y hemos llorado juntos los versos de Ángel García López a tu hijo Constantino:
“Ninguno ve. Los ojos, Carralero,
tocan la superficie, son la espuma
que queda sobre el agua, el sigue y suma,
el ver que no se ve lo verdadero.
Ver sin mirar, sin ver el limonero
y saber lo que huele tras la bruma…”.
Me detengo ante el retrato del primogénito (1977), vuelvo atrás, al carboncillo de Tía Doro (1962) y al óleo de tu abuela (1969), épocas de escuela y academia, sobrevuelo los retratos de Colinas y Anglada (“Paso el rato viendo que el tiempo que Carralero pintó no pasa y que soy yo quien pasa por el tiempo”). Hermosas palabras: somos nosotros quienes pasamos por el tiempo, pero el paisaje aquel de El Salvador, Chefchaouen o Cazorla que Carralero pintó permanece en la memoria y en el horizonte vital, como permanecen sus trazos y colores, una sinfonía emocional.
Profeta del paisaje
Sin querer, Pepe, he citado Cazorla: es mi serie favorita de toda tu obra, de la que conozco, pues hay mucha que aún me falta, como la más reciente, ¡ah, siempre esa visita pendiente, sin prisas, al estudio! Mar de olivares (1997) es un cuadro sencillamente fantástico que no me canso de mirar y volar, es el paradigma del viaje que suscita la contemplación de tu pintura: el vuelo de la imaginación.
“Lo decía Baudelaire: la imaginación hace el paisaje. (…) En ese fondo amplio, ambicioso, aparentemente monocromo, cómo vibra el color, cómo nace el color desde la profundidad de la pintura, desde el fondo de la trabazón de la mancha. Se trata de un paisajismo entendido como emocionado paisaje del alma” [Marín-Medina, La pintura del paisaje de Carralero]. Es curioso: cuando Azorín escribe El paisaje de España visto por los españoles, escoge como primer autor a Enrique Gil y Carrasco, nuestro romántico que eleva el paisaje a categoría metafísica, religiosa. Como Byron y Shelley, Gil es un panteísta de la Naturaleza, y yo asemejo tu pintura, Carralero, a sus páginas más elevadas y trascendentes.
En la introducción a tu Retrospectiva 1959-1995, Marín-Medina advierte: “El pintor que se pierda en transcribir datos de la Naturaleza, permanece en su engaño como un ciego, rodeado de sombras”. Sin embargo, “tú horadas en las entrañas de la esencia perenne del paisaje”, como bien dice de tu pintura el filósofo José Luis Arce en el catálogo Alfama (1994) y construyes una poética nueva del paisaje. Una poética emocional, elevada, movida por tu fe, a la manera de Unamuno (“Tu fe será tu arte, tu fe será tu ciencia”). Creo que también tú, Carralero, profesas como Enrique Gil y Shelley ese panteísmo de la Naturaleza que eleva el paisaje, lo diviniza y lo hace intemporal. Urueña, Mar de olivares, Espanillo, El nacimiento del Esla, son cuadros tocados por la gracia de esa fe capaz de detener el tiempo.
Pintor filósofo, profeta del paisaje –si el óleo no va a la montaña, venga la montaña al lienzo-, constructor de horizontes, desnudando con la mirada y el pincel la arquitectura oculta de la roca Tarpeya o del monasterio de Carracedo, desnudándote de ti mismo para alcanzar la maestría y luego olvidar lo aprendido y empezar de nuevo, desde cero, solo sé que no sé nada, Sócrates en Cacabelos, eterno aprendiz, Ave Fénix que se reinventa en cada cuadro, en dada trazo.
Victoriano Cremer lo ha escrito mejor: “Carralero, el pintor, el hombre, ha dominado sus propias intuiciones, sus descubrimientos, sus impulsos y ha convertido tan ricas experiencias en cultura, quiero decir en pintura en toda su pureza, que es lo que queda después de asimilado, de olvidado, lo aprendido, lo aprehendido” [Retrospectiva 1959-1995].
Querido Pepe, no hurtemos al lector un minuto más la contemplación de tus cuadros. La feliz iniciativa del Ayuntamiento de Cacabelos, a cuyo Alcalde y Concejal de Cultura hay que dar la enhorabuena, ha querido que desde que pinten las primeras cerezas de mayo hasta pasada la vendimia, podamos disfrutar de tu obra en las salas imponentes como estancias romanas del MARCA de Cacabelos. Deja algunos abrazos carralerenses prendidos en las agujas del reloj viejo de la Villa, que iré a pronto a buscarlos y a sumergirme en tus olivares. “Te estaba esperando. Has tardado mucho en venir”.
Links de interés:
Web oficial
Exposición retrospectiva Carralero, Verdad y Sentimiento. Una vida por y para la pintura, Museo Arqueológico de Cacabelos, del 15 de mayo al 15 de septiembre de 2014.
Jornadas de autor, Instituto de Estudios Bercianos, Ponferrada y Cacabelos, 14-16 de mayo.
El año Carralero, eBierzoNoticias
El paisaje prometido
Descargar el libro El paisaje prometido (PDF)
Ver en Revista de Castilla y León
Ver en Bierzo 7, Letras Bercianas