Existe el discurso dominante y dominador, que aspira a imponerse como pensamiento único; y existen otras maneras de pensar y de vivir, disidentes, alternativas; otros modos de vivir en paz con el mundo, sin formar parte de la garganta profunda del consumismo, que todo lo traga; o del falso Cuerno de la Abundancia del capitalismo, que genera tanta desigualdad y pobreza.
Hay grandes imperios y Estados, a lo largo de la historia y en nuestros días, capaces de fabricar armas de destrucción masiva o de invadir medio planeta y el otro medio. Estados en manos de dementes como Donald Trump o Kim Jong-un, con un dedo posado sobre el botón nuclear.
Pero existen también en el planeta Tierra muchos pequeños países, microestados, que viven al margen de los mercados financieros y del militarismo que secuestran nuestras vidas. Es cierto que esos microestados podrían ser borrados del mapa de un plumazo por cualquier superpotencia, pero en esa fragilidad, en sus alas de mariposa, reside el valor y el encanto de los microestados. Una vez más, lo pequeño es hermoso.
Nos lo refresca con belleza deslumbrante El archipiélago secreto de Altaïr Magazine, la renovada revista —dirigida por Pere Ortín—, editada en papel y digital por el grupo Altaïr, prestigiosa editorial de viajes que, tras pasar como todo hijo de vecino su propia crisis, ha renacido con fuerza y energía, gracias a un formidable equipo humano liderado por mi querido amigo Pep Bernades.
El archipiélago secreto está dedicado a un microestado que bien podría ser residencia de los dioses del Olimpo: las Islas Feroe. A medio camino entre Islandia, Noruega y Escocia, en un punto del Atlántico Norte, en un lugar de la nada, navega desde hace sesenta millones de años, sin moverse de su dique rocoso, el archipiélago de las Feroe, dieciocho «islas de las ovejas», 50000 habitantes, que forman parte del Reino de Dinamarca con un sistema político propio, un verdadero microestado.
La lectura de este colorista y sustancioso Altaïr Magazine es reconfortante en estos tiempos de tribulación y mudanza: hay otras realidades ahí fuera, a poco que asomemos nuestra nariz ensimismada. “Las Islas Feroe —escribe Sjúrdur Skaale— disfrutan de un control prácticamente absoluto sobre sus asuntos, a nivel político, económico y cultural”.
Y aunque son un microestado, aplastable como mosquito, en una reciente disputa pesquera con la Unión Europea, los feroeses han ganado la batalla: “Que cincuenta mil personas con una administración minúscula ganaran en una disputa internacional, era imposible… a no ser que ignores las matemáticas”. El tábano vence al caballo; y ya decía Napoleón, por una herradura se pierde un caballo; por un caballo, una batalla; por una batalla, un imperio.
El único imperio de los feroeses son sus inmensos y desiertos acantilados, con vistas al mar de 360º, el reino del frailecillo, los alcatraces y las águilas. Las Islas Feroe —claro que podrían ser invadidas por estúpidos sin escrúpulos, como podrían ser aplastadas tu vida y la mía, también frágiles, y las de millones de personas que nunca han tenido ni tendrán armas, dinero, poder—, viven al margen de los dictados de la City londinense. Tampoco tienen ejército, eso ahorran.
En este nuevo Shangri-lá, “hay una corriente que va desde lo macro hacia lo micro —escribe la cantante feroesa Elin Brimheim—. La gente quiere vidas más simples, aunque la globalización favorece la gran industria. Las Feroe no son solo un conjunto majestuoso de islas. Son también el hogar de una rica cultura, donde la vida moderna coexiste junto al tradicional folklore medieval”.
Más que de una resistencia numantina a la globalización, se trata de encontrar el punto de equilibrio para no dejarse invadir por la contaminación, el consumismo, las multinacionales, los mercados. Ese es el pulso de los microestados: David contra Goliat. Si tomamos como referencia El Bierzo (2800 km2, el doble de extensión que las Islas Feroe), hay un total de setenta países que son aún más pequeños que El Bierzo: Estados de la Unión Europea como Luxemburgo (2800 km2) o Malta (316 km2); microestados como Mónaco, Liechtenstein, Andorra, Seychelles y, por supuesto, el Vaticano.
Si en vez de grandes potencias insaciables, devastadoras, como China, Rusia y Estados Unidos, todo el planeta estuviera formado por microestados, las cosas nos irían mucho mejor. No hay noticia de ningún microestado que haya invadido Irán o talado la selva amazónica. Más humanos, más democráticos, más respetuosos con su entorno natural, con sus cielos y sus mares, los microestados han nacido para quedarse. Os espero en las Islas Feroe. O en la República Independiente del Bierzo. ¡Arriba las ramas!
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Para saber más:
Altaïr 360º: Islas Feroe
Microestados