Mucho celebrar el Día de la Hispanidad, que no hay nada digno de celebración salvo el exterminio y saqueo sistemático de un continente, pero ¿qué me dicen de Portugal? ¿Hay modo de vivir más de espaldas, más ignorantes y despreciativos con quienes son nuestros hermanos de sangre y vecinos desde el comienzo de los tiempos? Esa misma España que se rasga las vestiduras con la independencia de Cataluña, desprecia a Portugal y cree que Iberia es una compañía de aviación.
¿Por qué no estamos federados con Portugal, y ellos con nosotros, cooperando como pueblos hermanos? ¿Por qué esa estúpida frontera? Hemos pasado muchísimos más siglos juntos que separados: la independencia de Portugal es de 1668, Tratado de Lisboa, contemporáneo del Tratado de los Pirineos que descuartiza Cataluña: todo ello hace apenas 300 años, una brizna de viento en el devenir de la Historia. Los ingenieros romanos tenían clara la Península Ibérica y no se andaban con zarandajas dinásticas, matrimonios de conveniencia y pleitos de poder entre reyezuelos.
Pero ese no es el argumento: la historia es fuente de saber, no arma arrojadiza ni razón política. Articular la convivencia en 2015 necesita de eso que Ortega llamó “proyecto de vida en común” y Renan “un plebiscito diario”. No hay razón geográfica, histórica, lingüística o económica por la que un trozo de Iberia deba pertenecer a un Estado concreto y otro no, salvo la voluntad de vivir juntos. Parece que en dos millones de catalanes la cosa flojea: han desconectado. Ojalá fuéramos capaces de reconectarnos afectuosamente.
Mientras tanto, propongo reconectar también con los hermanos de Portugal: es un país tan seductor y maravilloso que no cabe en esta columna ni en las columnas de Hércules. Es nuestra casa común. Voy a hablar con esos dos ministros del Opus, el de Interior y el de Exterior, a ver si hacen conmigo una buena obra y me cambian el pasaporte de España por uno de Iberia.
La Nueva Crónica, 11 de octubre de 2015
Mapa: Biblioteca de Alejandría 3.0