Disculpen que, aparentemente, me distraiga: se supone que un analista debe hablar –¡una vez más!- de la actualidad política, del enredo catalán, de las tarJETAS nauseabundas, de los horrores de Ana Mato o de la caída de la bolsa y el frenazo en seco de la economía europea, por no extender la lista a otros cincuenta asuntos pendientes, desde la NO NUNCA VISTA reforma local a la valla de Melilla, pasando por el ascenso de Podemos y la pasokización del PSOE en manos de una generación insolvente y transitoria.
Disculpen que, en vez de hablar de todo esto que infecta telediarios y tertulias, ponga hoy sobre el tapete mi cuarto a espadas cordial y amistoso a propósito de las Jornadas Gastronómicas que se celebran este otoño en mi tierra, El Bierzo, que es la suya de todos ustedes, sin aduanas ni fronteras, una república independiente y cosmopolita, proclamada mucho antes de que IKEA nos copiara la idea: hay documentación histórica que lo acredita.
Basta recordar el diálogo El Banquete de Platón: nada más “político”, más civilizador y cultural que la cocina y la mesa, la tertulia familiar o amistosa en libertad, en intimidad, que acompaña el placer de los sentidos, nada más democrático que el gozo de la compañía y de la palabra. Eso sí que es verdaderamente política, en el significado más radical de la polis griega: a diferencia de tantos encontronazos, insultos y bajezas, el carácter fundamental de la polis ateniense es la reivindicación de la convivencia. Y el convivium no es otra cosa que la comida o banquete que compartimos en paz y en armonía.
En nombre de esa convivencia cordial, convertido en embajador de mi tierra, como mantenedor de las XXX Jornadas Gastronómicas del Bierzo que se inauguran hoy, convido a todos los lectores a hacer de la cocina y de la mesa un acto de convivencia política. Es decir, lo de “política” aquí sobra, porque la convivencia lo lleva inscrito en el ADN y viceversa, la política y el banquete son el arte del convivium.
Si tienen ustedes el acierto de acercarse este otoño por el valle del Bierzo, para hacer acopio de setas, nueces, castañas, pimientos, botillos y chorizos (que el invierno es muy largo y se avecinan más crisis y más recortes), serán recibidos con los brazos abiertos de un micro-estado europeo sin pasaportes ni fronteras, con la hospitalidad de quien abre su casa al visitante y le ofrece lo mejor de su despensa.
Si aún les quedan tres días de vacaciones, o unos moscosos a hurtadillas, no vacilen: a tres horas y media de cualquier parte, por el camino que va y viene del corazón de Europa al fin del mundo, El Bierzo les espera para ayudarles a mantener a tono el colesterol. Hace años escribí una fábula en la que Reagan y Gorbachov firmaban no sé qué paz después de comer un botillo. Quizás no sea mala idea sentar a don Rajoy y don Mas a una mesa berciana y el primero que se levante, paga.