¿Qué está pasando? Pero, de verdad, ¿qué nos está pasando? ¿No se lo preguntan ustedes cada mañana al abrir el periódico, o de madrugada, cuando su emisora favorita empieza a martillear el rosario de sin razones, la letanía de miserias, el valle de lágrimas?
El pasteleo empieza por el lenguaje; llamamos “docentes” a los maestros, ¡¡ATS!! a los enfermeros y enfermeras, y hemos acabado llamando “concurso de acreedores” a la quiebra y “memorandum of understanding” al vasallaje feudal a Merkel.
Esta semana han entrado en quiebra (por favor, repitan conmigo: qui-e-bra) Pescanova y Caramelo, sendos portaviones de la pesca y la moda gallegas, como les gusta decir a nuestros vanidosos políticos; está en situación crítica el Grupo Pórtico (1.200 trabajadores, 40 millones de pérdidas, ERE de extinción en puertas); han despedido sin contemplaciones a la plantilla de una empresa de Compostela de toda la vida, Daviña, cuyos trabajadores y familias nunca imaginaron verse con una pancarta en la plaza del Obradoiro. Han cerrado toda la cadena de tiendas Darty, antes SanLuis; paseas por el polígono de Milladoiro o del Tambre y es una infinita tristeza. Y en los bajos comerciales van echando la persiana uno tras otro, como si de un virus o una peste se tratase.
Todos tenemos ya alguien cercano a quien le ha tocado la china. Hace tres años asistí a la inauguración de una fábrica puntera en el mundo: nuevas tecnologías, sector de energías renovables, proyecto sólidamente diseñado, inversores solventes, credibilidad ante la banca, creación de cien puestos de trabajo y alegría de brindis y canapés para celebrar el parto. Ayer supe por el periódico que también entra en concurso: el Gobierno cambió las reglas del juego, la banca cerró el grifo, la demanda se vino abajo, los balances se volvieron fríos, estremecedores.
Gente al paro; inversiones, naves y existencias que languidecen y pierden valor mientras el Juzgado Mercantil pide papeles y más papeles para acreditar la nada; un administrador judicial que aterriza como un extraterrestre en la empresa, el banco que te pone un sambenito en el ordenador y los vecinos que murmuran. Todo sin haberse forrado, eh, habiendo trabajado doce horas diarias como un miserable autónomo, poniendo toda la carne en el asador, para quedarse sin nada, ni paro siquiera, o lo que sería peor, sin ilusión. Porque, además de las naves y el stock, del know how y el fondo de comercio, un inmenso capital humano es laminado y arrojado cada día a la basura, mientras soportamos el menosprecio por parte de políticos vanidosos y sin coraje, inútiles que nunca crearon un solo puesto de trabajo ni saben lo que es el menú del día o viajar en metro.
¿Cómo se lo explicamos a nuestros hijos? -Mira, tu padre era un emprendedor, quiso invertir, crear riqueza, oportunidades, cotizaba a la seguridad social, pagaba sueldos, impuestos; lo arriesgó todo y lo perdió. Mejor no arriesgues, hijo mío, hazte diputado.
¿Qué nos está pasando? Ya solo nos falta este titular: “España en quiebra. El Gobierno presenta concurso de acreedores ante la Audiencia Nacional”; porque, sí, hay que decirlo sin anestesia: el país entero está en quiebra. España es un inmenso concurso de acreedores.
Imagen: web Despierta al futuro
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