[…] No somos dueños de España ni de Melilla ni de Europa ni de Estados Unidos, ¿quién es ese fascista de Trump para interponer miles de policías y alambradas, o nuestros ministros de Interior (?) para colocar concertinas en África? ¿En nombre de qué derecho usurpan una parte del planeta que pertenece por igual a los 7.000 millones de habitantes, a los que se fueron y a los que vendrán?
Lo hacen en nombre del miedo, del miedo al Otro, al desconocido que presentan como una amenaza. ¿Es un peligro para la humanidad la caravana de pobres de Honduras y Guatemala que pide pan y justicia a las puertas de México y EEUU?
La verdadera amenaza es Trump, un déspota ignorante condenado al fracaso, porque ningún ejército y ningún muro podrán contener la marea humana, el tsunami demográfico que corre por las arterias del planeta desde la noche de los tiempos.
Mejor sería congraciarnos con el Otro, acogerlo, escucharlo y abrazarlo. Hace poco pasé una tarde en la iglesia de San Antón en Madrid, la del padre Ángel: un hogar abierto todo el año 24 horas del día, donde te recibe un negrito simpático, donde los necesitados pueden dormir, desayunar o tomar un caldo caliente. Y tal vez rezar. Sobre el altar, una frase del Papa Francisco pide abrir los templos, convertirlos en casas de oración y compasión. Pensé en todas las iglesias de mi pueblo, cerradas a cal y canto, no vaya a ser que roben el cáliz o las flores de plástico. No vaya a ser que se cuele dentro algún pobre pescador de Palestina. ¡Arriba las ramas!
Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Sobre Emmanuel Lévinas, por Julia Urabayen (Enciclopedia Philosophica)
Foto: Getty Images. BBC.
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